lunes, 20 de mayo de 2019

Modelo de gobernante católico para todos los tiempos: Juan Ramírez de Velasco, un Padre de la Patria de la Argentina fundacional



  Modelo de Gobernante para todos los tiempos, Padre de la Argentina fundacional,
JUAN RAMIREZ DE VELASCO, GOBERNADOR, CONQUISTADOR Y FORJADOR SOCIAL EN EL TUCUMAN Y EL RIO DE LA PLATA DEL PERIODO FUNDACIONAL . Ponencia:

Por Luis María Mesquita Errea¨
 Jornadas Histórico-Genealógicas

“Conformación de la sociedad Hispanoamericana” (Siglos XVI-XIX)
Organizadas por el Centro de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Córdoba
Córdoba, mayo de 2008






I. EN LA ESPAÑA DEL ÁGUILA BICÉFALA
"…valiente como el que más; prudente en sus juicios; respetuoso, justo y comprensivo; no se rehusaba a ningún trabajo de la guerra; defendía al soldado y en la guerra actuaba a su lado como un soldado más"[1].
La foja de servicios nos presenta la figura caballeresca de Juan Ramírez de Velasco, impenetrable si no la analizamos con los parámetros de espíritu de aventura y de grandeza propios del contexto histórico.
¿Y cómo era ese contexto? El del mayor imperio que vio el Occidente cristiano, aunque no llevara nombre de tal, simbolizado por el águila bicéfala de la Casa de Austria, extendida a Oriente y Occidente, al Viejo y al Nuevo Mundo, cuyo sueño dinástico expresado en la sigla A.E.I.O.U. (Austria est imperari orbi universi)[2] se hizo en cierto modo realidad con Carlos V y más aún con Felipe II -al convertirse en legítimo Rey de Portugal: Las circunstancias lo ponían en situación del mayor poderío y gloria como Señor de un Imperio fabuloso nunca visto en el mundo[3].
  Un imperio católico y misional, cuyo titular era el Rey de España, pilar de la Santa Liga formada por el Papa San Pío V, cuya armada, comandada por su medio hermano don Juan de Austria, con la intervención milagrosa de Nuestra Señora del Rosario de la Victoria, infligió una histórica y decisiva derrota militar al poderío musulmán en el Mediterráneo.
Era la España de la Contra-Reforma, la de San Ignacio y Santa Teresa, dignamente representada por Felipe II, que lleva a su apogeo el impulso de su bisabuela Isabel.
Esa España emblemática y su gran Monarca deberán enfrentar el embate de la media luna del poderío turco, sumado a las influencias y oposiciones del protestantismo y de la revolución cultural humanista-renacentista.
Gradualmente se irá perdiendo el fervor medieval y el espíritu caballeresco, sustituido por otro que, admirador de la cultura greco-latina pagana, sin extinguir enteramente al caballero de la Reconquista, hará aflorar desbordes de brutalidad, sensualidad y avaricia.
Las autoridades y los mismos reyes se irán tornando centralistas y absolutistas, reduciendo los poderes intermedios, convirtiendo a grandes y pequeños señores en funcionarios de un estado burocrático, “tendiendo a igualar a la antigua sociedad estamental en un mismo régimen de obediencia”[4].
La intemperancia renacentista, la pérdida de aquella inocencia y suavidad marial que atemperaba el vigor del caballero, el maquiavelismo de la “razón de estado” aliada a que “el fin justifica los medios”, y el individualismo exacerbado será caldo propicio para querellas, odios y trapacerías incontables, entre los protagonistas seglares y eclesiásticos de la Conquista y la colonización.
En este contexto de áureas luces y de densas sombras, los enemigos de la Cristiandad apuntarán contra Felipe II la artillería que irá constituyendo la Leyenda Negra, golpeando el Reino y la pujante Cristiandad iberoamericana.
Ramírez de Velasco se nos presenta en él como un señor católico y tradicional de su época, consciente de sus deberes de buen vasallo hacia “las dos Majestades”, Dios (el Papa, la Iglesia), y el Rey. Como Isabel, es un representante de la España de la Cristiandad, opuesta al neopaganismo renacentista y al erasmismo pacifista, corrosivo y afín al protestantismo.
Desde los 16 años sirve en el ejército formándose en la escuela militar orientada por el Emperador. Combate en las campañas militares de Italia, Alemania, Flandes y Portugal, alcanzando el grado de Capitán de la gloriosa infantería española. Continúa sirviendo durante diez años en la Armada Real, como Capitán de Mar y Tierra, escoltando la flota de galeones que desde España hace “la carrera de Indias”. Suma 27 años de servicios[5].
Sabedor de su próxima designación como Gobernador del Tucumán, se informa  bien de la realidad de esa remota provincia en la que iniciará una nueva vida con toda su familia.
Antes de partir, quiere renovar el vasallaje familiar al Patrono de Sangre de “los verdaderos Ramírez”. Los descendientes del Infante don Sancho de Navarra integran la Divisa Solar de Nuestra Señora de la Piscina Probática. Es una cofradía caballeresca fundada por el propio Infante para perpetuar en la mesnada familiar el recuerdo de su participación en la I Cruzada, epopeya que aglutinó a los caballeros de la Cristiandad convocados por el Beato Papa Urbano II, para salvar las naciones cristianas y rescatar el Santo Sepulcro de los musulmanes.
Para renovar el vínculo no se arredra ante las informaciones y probanzas que debe levantar para probar su descendencia de los antiguos Reyes de Navarra, ni ante los 800 km que deberá recorrer junto con su primogénito, don Juan, para prestar el significativo pleito-homenaje. Tal costumbre medieval está aún viva en la España de los Habsburgo y en sus reinos de ultramar; vincula un vasallo a su señor con un vínculo personal, directo y generador de obligaciones mutuas de protección y apoyo, o sella un compromiso como el del Alférez Real frente al Cabildo de resguardar el estandarte empeñando su vida[6].
  Al renovar el vínculo vasallático con el Patrono quería reafirmar su obligación de cumplir con la misión familiar de la Divisa Solar, de mantener el espíritu de cruzada, difundir la devoción a Nuestra Señora y defender la Fe católica. Antes de abandonar el suelo de la amada Península Ibérica, para radicarse en el Perú, quería abrevar místicamente en las aguas de esta fuente familiar de buena caballería.
Educado en la idea de que el noble hidalgo debe servir por estado al bien común, y sabedor de las buenas predisposiciones que pueden encontrarse en las estirpes tradicionales llamadas a ejercer esa misión (a la que el Papa Benedicto XV llamó “Sacerdocio de la Nobleza”[7]) logra Ramírez de Velasco atraer para su aventura de ultramar a varios caballeros para que se radiquen y contribuyan a poblar, y sobre todo a elevar el ambiente de su gobernación.
Más adelante escribirá a Felipe II[8]: "Hallo en ella falta de gente prin­cipal. Traje conmigo siete u ocho cavalleros conocidos que son Don Pablo de Guzmán, hijo de Luís de Guzmán, govemador que fue de Popayán, con su mujer e hijos, e a Don Fernando de Toledo Pimentel, sobrino de Don Francisco de Toledo, a Don Iñigo Ramírez, mi sobrino. E a Don Francisco de Argañaras. E a tres hijos mios con otros hidalgos muy honrrados. A Don Pablo téngole ocupado en la plaza de Teniente General. E a Don Iñigo daré la de Maestre de Campo, por ser soldado, e a Don Femando de Toledo, la de Alguazil Mayor, e a Don Juan Ramí­rez de Velasco, mi hijo mayor, la de Alférez General. Todos sirven sin salario[9]. La comida yo se la doy, o daré has­ta que Va. Magd. sea servido mandarme dar licencia”.
Los antecedentes citados son sintomáticos de la personalidad de nuestro personaje y de la orientación que daría a su obra de gobierno, que explican la diferencia que marca Roberto Levillier con respecto a otros gobernadores, al hablar del “caballeresco Ramírez de Velasco”.
Y nos permiten entender por qué los Cabildos del Tucumán, en diferentes ocasiones, destacaron su condición de gobernante benigno, hombre de Fe, lleno de celo cristiano, que acude a la defensa de la Serranía de Salta a su costa y minción, padre de todos, gobernador que desde su ¨feudo” –como le llama Levillier- mediterráneo, vigila con diligencia las incursiones de los piratas protestantes –ingleses y holandeses-, verdadero azote de la Iberoamérica castellana.
Acompañado –también a diferencia de otros gobernadores, como Lerma, que vino solo- por “una mujer muy honrada y principal”, como la llaman los Oidores de Charcas Cepeda y Lopidana[10], caracterizada por su afabilidad y por el don de honrar a las personas, que anima lo bueno y pugna porque se enmiende lo malo[11].
Entre lo que se había de enmendar se contaban pobladores de vida escandalosa, vecinos o pobleros amancebados con indias, y hechiceros que causaban no pocas muertes. Contra todo esto luchará Juan Ramírez de Velasco de principio a fin, logrando resultados concretos y positivos.
También le tocará sufrir la mordedura viperina de la calumnia y de los rumores, difundidos metódicamente por poderosos enemigos que lograrán malograr fundaciones y proyectos que hubieran engrandecido al Tucumán. Quizás influyeron, también, en la falta de apoyo de las autoridades de Madrid las tendencias absolutistas en boga, difíciles de armonizar con la vocación de autonomía de conquistadores de su talla, reducidos a la calidad de funcionarios removibles el día menos pensado por influjo de la poderosa burocracia.
Pasemos ahora a los hechos de sus gobernaciones.

II. GOBERNADOR DEL TUCUMÁN (1586-1593)
Socorro a Salta – Feliz llegada al Tucumán

1586: el primer año de gobierno es de intensa actividad para el flamante Gobernador. Apenas llegado a Charcas, los Oidores, ni lerdos ni perezosos, le endosan  el pedido de socorro del Capitán Balero, de la Ciudad de Lerma (Salta), bastión amenazado por una coalición de lules y diaguitas.
Si bien el salario que le correspondía de 4.000 pesos era acorde a la jerarquía de la función, no había, al parecer, una orden expresa del Soberano para que le fuese liquidado por las Reales Cajas de Potosí. De esta manera, debía actuar “a su costa y minción”, lo que exigía un gran patriotismo (término en uso en el siglo XVI) y espíritu de servicio. Situación frecuente entre los nobles de la Conquista, más aún entre los que ocuparon altos cargos, siguiendo una tradición que se remonta por lo menos a los tiempos carolingios (s. IX)[12].
A los ocho días de tomar cartas en el asunto, a pesar de ser un ilustre gobernador recién llegado, salía la expedición de socorro al mando del Capitán Diego García de Zambrano. En ocho días más entraba en acción en Salta, retirándose los atacantes a la serranía salteña, salvando el “bastión amenazado”.
Aunque ansioso por llegar a su Gobernación, debe permanecer en La Plata un tiempo más, organizando una segunda y más costosa expedición para entrar al Tucumán como corresponde.
Grande fue el alborozo en Salta y no menor en Santiago del Estero, adonde llegó el 17 de julio. La buena fama que lo precedía, su categoría y las esperanzas en su futuro desempeño hicieron que la primera ciudad y capital se dispusiera a recibirlo con honras de palio. Ramírez de Velasco valoró la demostración de los esforzados vecinos santiagueños, pero declinó el honor, por contrariar su noble sobriedad de soldado. El delicado obsequio, de damasco carmesí precioso (y escaso!), fue a su vez regalado a “una iglesia pobre” de la Península, seguramente la de Estollo, su villa natal.
La “cuestión indígena”
A fin de año, con dedicación que trasunta amor a la función, es capaz de elaborar un diagnóstico de la problemática tucumanense que eleva a Su Majestad católica[13]. Será la base del programa de gobierno que comienza a ejecutar de inmediato y seguirá hasta el fin de su gestión, como veremos.
Imaginemos las carencias de todo orden que sufría este remoto paraje del Imperio. Lo afectaban problemas en que lo material se entrelazaba con lo espiritual. Uno de los más graves, el problema del indígena, se presentaba complicado en sus dos ámbitos.
Entre los pacificados se encontraban los infaltables indios amigos, que colaboraban con la obra de gobierno de las autoridades y el impulso social y productivo de los pobladores castellanos; pero otros lo hacían sin voluntad, quejosos de malos tratos que recibían por parte de ciertos encomenderos, y desconformes con el hecho de tener que trabajar ordenadamente, contrariando sus hábitos, para prestar una contribución que resultaba imprescindible para la consolidación del orden cristiano.
Aunque no se hayan determinado bien las causas y la extensión del fenómeno, es un hecho que la población indígena estaba disminuyendo. Enfermedades, trabajos excesivos, debilidades congénitas de los naturales (de las que tenemos referencias actuales), borracheras y otros vicios, fueron algunas de las causas.
A la par de los indios amigos y cristianos existían incontables poblaciones de “indios de guerra”. La historiografía tendenciosa quiere hacernos creer que el establecimiento de los núcleos urbanos hispano-indígenas fue una especie de excursión festiva; que la superioridad de armamento y la caballería ponían en fuga a los indígenas belicosos como si fuesen liebres.
La historia del Tucumán y el Plata demuestra hasta el hartazgo la capacidad bélica de los naturales, cuya condición más auténtica era la de guerreros, dotados de gran coraje y de temible armamento, como las flechas chiriguanáes que atravesaban las cotas, sin hablar de las tácticas llenas de astucia y aún de engaños fatales, particularmente en las “guerras de acechanza”. Los aborígenes prehispánicos se encontraban en estado de guerra casi permanente entre sí.
Las devastadoras guazabaras y los malones ponían en jaque ciudades, poblados y haciendas.  Las cruentas incursiones de los indios del Chaco dejaron un recuerdo de horror imborrable, y antes aún, en el Tucumán, los calchaquíes aliados a otros pueblos de los Valles borraron del mapa las tres célebres ciudades fundadas por Juan Pérez de Zurita -Cañete – Córdoba de Calchaquí – Londres- caídas bajo el furor de don Juan Calchaquí y sus huestes (1562-3). En los tiempos más recientes del Gobernador Abreu dieron pruebas de su belicosidad destruyendo otras tres efímeras ciudades a las que diera el nombre de San Clemente de la Nueva Sevilla[14].
Pacificados los diaguitas y calchaquíes por Ramírez de Velasco, los veremos rebelarse nuevamente en las prolongadas Guerras Calchaquíes del siglo XVII, destruyendo nuevamente Londres y otras villas, dejando el Tucumán devastado.
En los ataques indígenas eran frecuentes los martirios de sacerdotes –que reducían aún más su ya escaso número-, la profanación de iglesias, la matanza de poblaciones enteras de españoles o de indios amigos, el robo de ganado y de cabalgaduras,  que dejaban de a pie y sin comida a los pobladores.
Era preciso regular cuanto antes las relaciones entre indios encomendados y vecinos feudatarios, ya que la encomienda era un pilar del orden religioso, político-social y económico. En síntesis tenía por objeto “encomendar”, poner las colectividades indígenas al amparo de un señor cristiano, que debía velar por su integridad física y defensa, y brindarles los beneficios de la religión católica y de la civilización cristiana; debiendo dichas poblaciones aborígenes proveer cierto número de trabajadores como contrapartida[15],  para que fincas y ciudades pudiesen prosperar. Esto redundaba en beneficio de todos pues, como dice Levillier, los intereses de los vecinos feudatarios o encomenderos eran los de la sociedad en su conjunto.
Debía Ramírez de Velasco encontrar el punto de equilibrio para que ambas partes cumplieran sus obligaciones. Sus acciones demuestran que lo tenía bien presente, aunque “su pecho cristianísimo” lo inclinaba  a proteger al más débil, al indígena en vías de inclusión social.
En cuanto a los indios de guerra, en especial de los Valles de Calchaquí y Santa María, era necesario en la realidad concreta –no la forjada por febriles mentes “indigenistas”- hacer acatar la autoridad real. Para ello hacía falta demostrar fuerza militar, garra y firmeza, evitando desde luego la matanza. Impuesto o aceptado el poder real, entraban en acción inmediatamente la diplomacia y el espíritu misional.
La “cuestión indígena” estaba en el meollo de la problemática del Tucumán. ¿Cómo hacer que florezcan las ciudades sin tornar productivas las haciendas, bajo la amenaza de constantes ataques?
El problema afectaba directamente la subsistencia de la Gobernación. Y las energías de los gobernadores se desgastaban haciendo frente aquí y allá a las guazabaras indígenas, sin poder acabar con ellas ni desarrollar una verdadera obra de gobierno.

Esfuerzo por contrarrestar tendencias que despuntaban y obrar un cambio para mejor
A ello se sumaban problemas de moral y buenas costumbres, en una época que ya no era la de la Cristiandad medieval. Epoca de crisis religiosa, de antropocentrismo frecuentemente desordenado, de admiración a veces irrestricta por las naciones paganas de la Antigüedad clásica, con sus costumbres y mitología desbordantes. La vida cotidiana agreste y dura, el cambio constante de autoridades, la distancia de los grandes centros civilizados del Perú, la falta de mujeres españolas y de medios económicos para dotar las que había, favorecía los desórdenes propios del siglo, al soplo de la transformación cultural y tendencial en curso.
Lo más necesario para modificar el panorama, pensaba Ramírez de Velasco, era reavivar y difundir la Fe católica, capaz de transformar almas, mentalidades y costumbres, de elevar al indígena primitivo, y también al poblador español, esforzado y creyente, pero afectado por los gérmenes renacentistas de orgullo y sensualidad.
Para esa alta finalidad pide incansablemente al Rey sacerdotes y misioneros. Se da con que la vida llena de privaciones los mantiene alejados del Tucumán,  a lo que se suma la actitud del Obispo Victoria, que los distrae de sus obligaciones por los insólitos negocios y “granjerías” de Su Excia., llegando al extremo de emplear los ordenantes como “baqueros” para sus operaciones comerciales. Conducta que motivará una severa crítica del Santo Arzobispo Toribio de Mogrobejo, y una áspera reprimenda de Felipe II, luego de la cual renuncia de veras al cargo y vuelve a España para morir poco después.
Al parecer logró el Gobernador la radicación de religiosos y padres jesuitas, pero no en la cantidad necesaria. Fue un elemento decisivo en la gran labor evangelizadora y moralizadora que impulsó.

Expone al Rey la problemática del Tucumán
A  sólo cinco meses de su llegada, el 10 de diciembre de 1586, como dijimos, escribe al Rey una carta  que  Zenarruza califica de “documento valioso”, en la que expone una veintena de problemas de diversa índole y gravedad, y las soluciones que ya ha comenzado a implementar[16].
Uno es el de las hijas huérfanas de conquistadores, que dada la pobreza de la tierra insuficientemente explotada carecían de dinero para su dote. La misma falta de medios económicos lo hará renunciar a la idea (en 1590) de promover la fundación de un monasterio para su educación y guarda hasta el matrimonio. Ataca el problema de fondo promoviendo mejoras económicas, y en casos concretos favoreciendo casamientos entre soldados y  doncellas, haciendo aportes personales para el sustento de los nuevos hogares cristianos. No en vano es “padre de todos”.
El aislamiento de las ciudades da lugar a la acción de partidas de indígenas forajidos que asaltan a los viajeros y se ensañan particularmente con los indios amigos. Los testimonios denuncian la imposibilidad de viajar de un punto a otro sin llevar un fuerte contingente armado. Contra este mal emplea el remedio de los Reyes Católicos: crea e instruye a los Alcaldes de Hermandad para vigilar el ejido de los poblados. Pronto habrá una notable mejora.
Resulta imprescindible dar aliento a la agricultura en una tierra en que no se explotan metales preciosos. Emprende obras de riego para traer agua de los ríos, y tambos, al estilo incaico, a efectos de almacenar granos para hacer frente a tiempos de escasez.  La Ciudad de San Felipe en el Valle de Salta cuenta ahora con su primera acequia. Es el nombre que le da a la Ciudad de Lerma después de labrar el juicio de residencia al siniestro personaje que aún pretendía inmortalizar su memoria.
Le pesa la carga que significa para los indios el uso de molinillos para moler los granos. Manda construir molinos de agua y, donde no se pueda, atahonas de tracción animal. Ambos son evocados por pueblos epónimos de los Valles Calchaquíes y de la Provincia de Tucumán, respectivamente. ¿Se deberá a esta medida en pro del indígena?[17]
Para alivio de los viajeros, que deben recurrir a la caridad de alcaldes y regidores, manda construir mesones para hospedaje.
Ampara la producción de cordobanes y cera, amenazados por un comercio indiscriminado, y dispone severas medidas para aumentar y conservar la caballada, indispensable medio de labor, transporte y defensa.
Preocupado por las obras públicas y las necesidades de los vecinos pobres, organiza turnos de mita. Colaboran los feudatarios aportando un indio de su encomienda en los días requeridos.
Junto con el deseo de lograr sacerdotes evangelizadores, su otra gran preocupación es la preservación y aumento de la población indígena.
Es necesario frenar los abusos de malos encomenderos. El traslado de encomendados a otras provincias con motivo de expediciones comerciales, hacía que muchas veces se alejaran de su familia contrayendo nuevos casamientos, ilegítimos, y cayendo en el vicio del alcohol. Contra este mal, crea registros especiales a cargo de un juez o alcalde “de registros” o “de sacas”. El encomendero debe depositar 100 pesos por cada indio que sale de la jurisdicción, y en cada ciudad que atraviese deberá registrar su paso. Si cometiere infracciones perderá la suma depositada y, según la gravedad del caso, podrá perder hasta la propia encomienda.
Le preocupa la persistencia de ritos paganos de hechicería, que perjudicaban la catequesis, mantenían ceremonias degradantes y terminaban a veces en cruentos delitos. La Justicia investiga  a los hechiceros y comprobados sus crímenes detiene a más de cuarenta. Uno solo había matado más de 20 indígenas, según su propia confesión. Toma contra ellos medidas drásticas según la gravedad de los hechos, que escarmientan a los que pretendían seguir practicando el tenebroso oficio.
Enemigo frontal del escándalo y de las ofensas públicas a Dios, a su paso por las ciudades los escandalosos son desterrados, o se van por su propia cuenta antes de que los echen. No faltan algunos contumaces. Juan Bautista Muñoz vive con un pequeño harén de indias. Presintiendo la amenaza, se va al monte con sus concubinas, pero además solivianta a un grupo de indígenas, rebelión que, como pasto seco, puede arder y extenderse con consecuencias imprevisibles.
Ramírez de Velasco da órdenes –admirables- al ilustre Capitán Hernán Mejía Mirabal, conquistador de la primera hora. Le encarga haberle a las manos sin efusión de sangre, autorizándolo, en caso extremo, a ejecutarlo a arcabuzazos  (cosa que Muñoz había intentado hacer con un fraile que el Gobernador le enviara por las buenas). Completa el cargo con instrucciones secretas para que le garantice la vida si se entrega.
Mejía Mirabal cumple su cometido con su precisión acostumbrada. Muñoz salva la vida y es remitido para su juzgamiento a la Real Audiencia de La Plata.
En el “documento valioso” que venimos comentando se anuncian ya los magnos proyectos del Gobernador. Sueña, como magnánimo y realizador que es, con una gran provincia del Tucumán a la que se siente llamado a cincelar y gobernar, pidiendo que se le incorporen Cuyo y el puerto de Santa María de Buenos Aires, la vital salida hacia el Atlántico que siempre buscaron los conquistadores del Tucumán. Será –espera- fuente de progreso y prosperidad. Estaba bosquejando por primera vez la futura Argentina. ¡Cómo hubiese sido distinta nuestra realidad de cumplirse sus anhelos!
Mira lejos: quiere ver consolidado el poderío del Rey Católico desde Nueva Granada a Magallanes, anteviendo fundaciones que piensa concretar él mismo. Con certeza que el paso interoceánico atraía al Capitán de Mar y Tierra que viniendo ya como Gobernador, mientras Da. Catalina acunaba en sus brazos a una niña de meses,  enfrentó exitosamente el ataque de un barco inglés del que logró escapar.
El impulso velasquiano se comunica a la Gobernación. Pocos días después, el Cabildo de Santiago del Estero elabora una sustanciosa reflexión sobre las tres décadas de historia tucumanense y los motivos de fracaso de tantas iniciativas[18]. Pondera que los gobernadores anteriores se han consumido unos a otros, y que, cuando van conociendo la tierra, se los saca:  “…es por aver sido tantos los capitanes y governadores y tan presto sacados de su govierno[19] a sido vuestra magestad deservido y esta governacion muy vexada, porque quanto del tal governador yva abriendo los ojos y conociendo la tierra y jente della / y su manera de govemar / eran privados de los cargos/// no pudieron ni se a podido descubrir lo que la tie­rra tanto a prometido de sus riquezas y los pobres conquistadores y naturales an padecido y sentido estos naufragios…”.
El memorial elogia la obra y ejemplo de vida de Ramírez de Velasco, cuya prórroga en el gobierno pide insistentemente. ¡Cuánta falta tenía el Tucumán de que un buen gobernador deshiciera los horrores vividos durante el gobierno de Lerma, y los desatinos fatales de Abreu!
Y aquí cabe preguntarse por qué los gobernadores y los propios vi-reyes eran aves de paso, funcionarios removibles en cualquier momento… Es un misterio de la política del gran Felipe II. Probablemente se debiera a las influencias y prevenciones de raigambre absolutista que, según todo indica, campeaban en el Consejo de Indias, opuestas al engrandecimiento de la Nobleza de Indias.
Por el contrario los Cabildos de estos sufridos “reinos” pedían desde el primer momento que se prorrogara el mandato de Ramírez de Velasco, ganados por su vida honesta y sin boato que impone buenas costumbres. Al mismo tiempo, describían los males que causaba la pérdida de las encomiendas, que también eran concedidas temporariamente y no a perpetuidad, como quería el Virrey Toledo y otros estadistas. Ambos fenómenos tenían un mismo telón de fondo.

Campaña a los valles calchaquíes (1588)
La vital campaña fue preparada por un militar de alta escuela como Ramírez de Velasco, optimizando con maestría los hombres y recursos de que disponía. Tenía en vista pacificar los belicosos calchaquíes, y luego a los omaguacas y casabindos, y lograr que prestaran la obediencia al Rey Católico, cumplieran sus deberes con los encomenderos y volvieran a ser cristianos.
Salió del bastión salteño en marzo de 1588: "En nombre y servicio de V. Mgd. voy caminando con exercito de ciento españoles y seiscientos yndios amigos, a la ciudad de Salta valle de calcha­qui y provincias de Omaguaca y casavindo, con pretensión de que aquella gente de tantos años tiranizada[20], se resti­tuya en nuevo conocimiento de la fee, servicio y obidiencia de V. Md…”[21].
Sufrió reiterados ataques de los calchaquíes, expertos guerreros, a los que respondió de manera a hacerse respetar y tomándoles prisioneros. Con éstos, mandaba mensajes a los jefes, refugiados en las cumbres inaccesibles, invitándoles a dar la paz, con promesas atrayentes y veraces.
Así, comienzan a llegar a su campamento caciques de diversas parcialidades, y hasta un pintoresco indio viejo que se presentó como el Inca Manogasta. Lo acompaña como Capellán uno de los grandes misioneros de Indias, el experto en lenguas indígenas y fervoroso evangelizador, Pe. Alonso de Barzana, S.J.
Sus triunfos militares y diplomáticos dan importantes frutos: vienen a dar la paz los propios hijos de don Juan Calchaquí, el cacique que, cuando fue amigo de los españoles, les permitió edificar ciudades, y cuando se convirtió en enemigo, las destruyó implacablemente. Le comunican una novedad importante: en ese preciso momento están en guerra contra indios diaguitas “advenedizos”, oriundos de Quinmivil, la región donde Zurita poblara Londres, quienes tenían fortificaciones levantadas para atacar y defenderse de los calchaquíes.
Tal oferta –dice Zenarruza- la consideró como una ayuda prestada por el Altísimo, que impresionó a su espíritu religioso. Sin daño alguno para su gente, rendíanse ante sus fuerzas, los Calchaquíes, el pueblo de mayor civilización en el Tucumán, de una bravu­ra tal que, el solo nombrarlos, traía temor al corazón del conquistador más aguerrido[22].
Silpitocle y los suyos sellan alianza con Ramírez de Velasco ofreciendo la paz y sumisión al Rey y ayudarle con sus guerreros contra los diaguitas, que siendo más numerosos, los tenían a mal traer. Juntos avanzan formando un imponente “campo”. La batalla con los diaguitas es sangrienta, pues la venganza es tradición indígena como fue de los bárbaros germanos, ajenos a nociones de misericordia y perdón. Los “advenedizos” son expulsados del Valle, sin bajas cristianas.
Ramírez de Velasco invita a un estratégico y cristiano intercambio. El hermano de Silpitocle vendrá acompañado por un séquito de caciques a visitar la “civitas” del Tucumán, “…para que viese estas ciudades q. V. Magd. tiene pobladas en esta govemación y la fuerza de la gente dellas y tratamiento que los españoles hazen a los naturales y la servidumbre dellos, para que buelto a su tierra diesen a entender lo bien que les esta el ser cristianos y servir a Dios y a V.M.” [23]. Esta política abierta de mostrarles la realidad a los naturales desmiente muchos infundios que hacen circular hoy los enemigos de la verdad histórica y de la colonización española.
Y en el valle se quedará el incansable Padre Barzana, catequizando y bautizando un total de nueve meses.
La experiencia es bendecida por la Providencia. La evangelización progresa definitivamente –aunque no sin altos y bajos- en los valles. El hijo de Calchaquí visita Santiago. Se emociona con los ritos y cánticos de la misa. Visita las encomiendas. Se hace cristiano.
Como era de práctica entre los conquistadores, recibe un tratamiento acorde a su rango. Ramírez de Velasco lo obsequia con lo mejor que tiene. Vestido de seda, el príncipe vuelve a sus valles, con su séquito de jefes y una guardia de indios amigos de Santiago. Su experiencia, transmitida a una gran junta de indígenas del Valle, apuntala la labor del Padre Barzana. La Cristiandad se va abriendo paso poco a poco en una tierra que vivía angustiada. El viejo anhelo de Toledo, cumplido en parte con la fundación de la ex ciudad de Lerma, se completaba con el aseguramiento de San Felipe en el Valle de Salta. Las encomiendas comenzarían a funcionar creando condiciones para la autonomía y el progreso posible de la ciudad que, hasta entonces, de ciudad tenía sólo el nombre.
Y todo esto logrado, aunque cueste creerlo, sin perder un solo hombre ni un solo indio amigo de su ejército. Con razón había escrito a Felipe II: "Ya tengo escrito a V. Magd el buen suceso del q. dios Ntro Sr. fue servido de darme en el valle de Calchaqui con traelle de paz sin perdida de un hom­bre del campo de V. magd españoles ni yndios cosa de admiración por los continuos estragos que siempre a he­chos en los governadores que allí an entrado de veinte y ocho años a esta parte…”[24].

“Vernán los naturales a servir a la Santa Madre Iglesia”
Las fundaciones acometidas por el brioso gobernador llevarán el mismo sello que la campaña de Calchaquí. Envía al Capitán Gaspar de Medina hacia el S a fundar Nueva Sevilla sobre el Río Quinto, como un primer eslabón de la cadena de fundaciones que pretende hacer llegar hasta Magallanes. Pero sus enemigos propalan rumores de que pronto llegará el nuevo Gobernador y la expedición, privada del necesario apoyo, queda malograda.
A todo esto, ya puede dejar consignado en sus cartas, coincidentemente con numerosos testimonios: que la Gobernación ha sido conquistada, es decir pacificada, y que ahora se va a Potosí sin armada. Así lo informa el Cabildo de Santiago: “…por lo cual tiene esta governación muy de paz y va un ombre de po­tosí a chile sin riesgos/ cosa que cuando el entro eran menester quarenta ombres bien armados para ir con seguri­dad…”[25]
Se había roto el aislamiento de décadas y avanzaba la seguridad. Un logro no menor para el avance de la región, aunque no durará todo lo que Ramírez de Velasco hubiese querido.
Interesa el concepto constructivo de conquista del Gobernador, quien espera que, beneficiadas por esa paz, las ciudades salgan a recorrer la tierra de su jurisdicción “y así vendrán los naturales a servir a la Santa Madre Iglesia”. Es propiamente un hombre compenetrado del espíritu del Estado misional el que habla, como definió el Padre Cayetano Bruno, S.D.B., al Hispanorum et Indianorum regnum.
En esta línea también atendió el problema de los indios que vivían en jurisdicción de la ciudad de Nuestra Señora de Talavera. Por vivir en lugares alejados, unas tribus de otras, era difícil a sus encomenderos atenderlas debidamente. Ordena que todos los naturales sean reducidos en un paraje a orillas del Río Pasaje, donde abundan pasturas, agua, leña y pesca. Poco después, 185 indígenas contaban con todo lo necesario para su sustento, y recibían el adoctrinamiento de los sacerdotes, quienes podían cumplir su ministerio por estar los naturales reunidos y no dispersos, como lo ha­bían estado hasta entonces.

Fundación de La Rioja (1591)
Como el Virrey Toledo y los grandes prohombres españoles, aflora en la correspondencia de Ramírez de Velasco esta frase definitoria: “si lo que se pretende es la salvación de esas almas…”, asunto que, de acuerdo al historiador jujeño Jorge Zenarruza, constituía una “obsesión” del Gobernador.
Con la misma idea princeps de establecer o consolidar el poder hispano-cristiano prestando el mayor servicio posible a los indígenas se propone refundar una ciudad en la jurisdicción de la desaparecida Londres.
No existían fondos de la Corona para costear todo lo que significaba una fundación. Por modesta que fuese, era preciso contar ante todo con pobladores decididos a radicarse en la futura ciudad, a soportar todas las carencias, a exponer su vida y la de su familia. Era necesario llevar muchísima hacienda y en especial caballos, para tener qué comer y cómo moverse. Había que organizar todo un sistema productivo, desmontando y plantando especies de Castilla que debían no sólo ser traídas de otro lugar sino aclimatarse al nuevo. Se necesitaban carretas para llevar forraje, bastimentos, herramientas, hierro, pólvora, estacas, plantines y semillas, algún mobiliario, documentos y un sinfín de cosas. Y para todo  era necesario dinero, ya que la población debía ser sostenida por alguien hasta que comenzara a funcionar el ciclo agrícola-ganadero a inaugurarse.
Quien aportó los fondos para una empresa de bien común de la que esperaba lograr legítimas ganancias materiales, fue el Capitán Blas Ponce, conquistador con vasta experiencia en la región, venido con Pérez de Zurita. Firmó Capitulaciones con el Gobernador Ramírez de Velasco por las cuales se comprometía a sostener la ciudad durante cuatro años, obligándose a gastar una suma no inferior a seis mil pesos por cada año, para, entre otros destinos, pagar el salario de los soldados y la limosna al sacerdote.
A cambio de este aporte imprescindible, se le concedían importantes privilegios. Era sin duda un benemérito, ya que su aporte permitía crear un nuevo foco civilizador y evangelizador, que arriesgaba su capital por compartir los propósitos y con la expectativa de importantes rendimientos.
En camino hacia Londres, con el esfuerzo ímprobo de ir “talando montes y haciendo caminos”, donde sólo existían sendas en el mejor de los casos[26], se entera Ramírez de Velasco de la existencia de poblaciones indígenas al E del cerro que un día llevará su nombre. Se orienta hacia Sanagasta y Yacampis, donde tiene contacto con los indios lugareños.
Un prohombre liberal decimonónico no tuvo reservas en expresar su sentimiento de “asco” por el indígena. Para Ramírez de Velasco, al contrario, los indios que había encontrado eran “gente gallarda y bien vestida”. Dio un rebato o simulacro de ataque tomando algunos prisioneros, considerando que, ante la desaparición de Londres, era necesario hacer una demostración de fuerza. Pero no tardó en ponerlos en libertad, ordenando que nadie se atreviese a quedarse con objetos de los indígenas, “por que los naturales entendiesen que no se venia a hazerles mal sino bien”.
Como se acostumbraba en la sociedad orgánica, muchas decisiones eran participadas, especialmente con las personas más caracterizadas, de mayor jerarquía y experiencia. Así, luego de recorrer personalmente la zona de Yacampis con los futuros pobladores, encontraron el lugar adecuado para fundar la Ciudad de Todos-Santos de la Nueva Rioja. “…y auiendo su señoría en persona buscado sitio y lugar cómodo y suficiente para fundar y poblar esta ciudad se hallo este lugar y tubo noticia y aviso no auer otro mejor y el acuerdo y boto y parecer del maese de campo blas ponce y capitanes y soldados del campo fue que su señoría poblase y fundase en este asiento la ciudad…”[27].
Consta que había llegado a la misma “con nu­mero de setenta hombres y setecientos y cinquenta cauallos de guerra y carga y catorze carretas y ciento y beinte bueyes y mucho ganado de cabras obejas y carneros y otros pertre­chos de guerra y bítualla y su señoría del señor gouernador traxo para su persona y servicio ochenta y quatro cauallos y bastimento…”[28].
No omitió el fundador dejar constancia de su homenaje a la Serenísima Reina de todos los Santos, y comentar, en su posterior correspondencia, que puso la nueva ciudad bajo la advocación de los Santos por honrarlos y cumplir con todos, porque le brindaran su protección y para honrar a La Rioja española, su terruño natal y el de su linaje paterno, donde poseyera el Infante Don Ramiro Sánchez de Navarra sus tierras y Señoríos, y donde hiciera construir la Iglesia de Ntra. Sra. de la Probática Piscina[29].
Fue ésta la ciudad que fundó personalmente y con la que mostró esa especial identificación, queriendo reproducir en suelo americano la tierra de sus padres.
Dejó constancia en el acta de fundación –áurea y venerable pieza documental- de algo que interesa mencionar, y es el hecho de encontrarse “en este valle que llaman de yacampis quatro leguas de sanagasta y diez de famatina”, yacimiento de metales preciosos conocido en el Tucumán desde remotos tiempos.
Por eso sorprende la versión difundida por algunos historiadores que no hicieron gala de criterio ni rigor científico, y acogida por autoridades poco celosas de la verdad histórica, de que Ramírez de Velasco se habría “equivocado”, creyendo estar al pie del Famatina. Es un ejemplo más de hasta qué punto se desvirtuó y enajenó nuestra historia temprana, quizás por temor a que en ella despuntasen grandes hombres y auténticos valores de civilización cristiana. Los “hombres del asco al indio”, secundados por otros más recientes, menos capaces y de visión más deformada, que adoran al indio pagano y odian al cristiano,   nos legaron esta historia tuerta, que felizmente hoy se va aclarando, como una voz de la Tradición que vuelve.     
Es bella la épica escena de que da cuenta el testimonio del Escribano Luis de Hoyos: Ramírez de Velasco, a quien imaginamos resplandeciente de “santa embriaguez” fundacional, recibe el símbolo de la gobernación y de la ciudad, el estandarte real, de manos de su hijo primogénito, el Alférez Mayor, y le campea tres veces “…diziendo españa españa españa y estas prouincias y ciudad de todos sanctos de la nueua rríoxa por el católico rrey don felipe nuestro señor”[30].
Un nuevo pilar de la Argentina fundacional estaba levantado para siempre.           
Nuevas fundaciones – celo cristiano y fee
Una nota saliente de nuestro personaje, como hemos visto, es su afán fundacional. No lo desalentaba la falta de cobro de su salario ni la escasez de hombres y de recursos.
En el N de la Gobernación existía un punto estratégico, la Junta de los Caminos. Pese a la innegable mejora de la seguridad general, las caravanas y viandantes seguían sufriendo ataques de salteadores indígenas. Esto lo lleva a enviar al Capitán Jerónimo Rodríguez de Macedo para fundar la Nueva Villa de Madrid, el día de la Purificación de Nuestra Señora, 2 de febrero de 1592.
En estos actos se refleja naturalmente su devoción a la Madre de Dios, Patrona de la Divisa Solar de los verdaderos Ramírez, cuya intervención en nuestra historia fundacional, en las Invasiones Inglesas y en la batalla de Tucumán le ha merecido gloriosos títulos de Reina, Amparo, Fundadora y Generala. Esto, tan claro para él, Fernando de Mendoza Mate de Luna, Liniers y Belgrano choca frontalmente con los criterios naturalistas, positivistas y materialistas que inspiraron la mayor parte de la historiografía argentina.
También dirige por entonces (1592) su mirada pobladora al impenetrable Chaco, a las ventajas de fundar un enclave allí y a la multitud de indígenas paganos a convertir, que eran “tanta gente como avena”.
Al poner sus miras en la región Noreste de la gobernación del Tucumán para fundar en ella una ciudad de espa­ñoles, se propone –de acuerdo a Zenarruza- garantizar el comercio entre Potosí y el Paraguay para que pu­diera llegar la mercadería por vía de agua hasta el puerto de Buenos Aires, que ofrecía me­jores posibilidades para orientar el comercio desde el Perú a España, y viceversa[31].
La ciudad que piensa erigir se llamará Nueva Logroño, en renovado tributo a la tierra riojana de sus ancestros, para iniciar la conquista del Chaco Gualamba. Los terribles indios del Chaco eran multitud, y la región era conocida como “el infierno verde”. ¿Cómo establecer allí una población duradera, con las 6 decenas de soldados con que contaba? Tal vez confiaba el Gobernador en la grandeza y bravura castellana multiplicada por la protección del Cielo.
Lo cierto es que la expedición vino de vuelta sin cumplir su cometido, argumentando su jefe, el Cap. Pedro de Lasarte, que “por las muchas ciénagas pantanos rrios aspereza de montes no pudieron pa­sar,/ tomaron lengua de la tierra examinando muchos yndios que tomaron sus circunvecinos/ los quales declararon aver tanta gente como avena…”;  “y creo –concluye con gracia Ramírez de Velasco- que la aspereza del camino fue miedo/ y asi se bolvieron”[32].
Fue una frustración para él, que hubiera querido ir personalmente. Más aún porque pensaba que el fracaso se debía a noticias que circulaban anunciando su relevo. Pero no por eso aflojaba: "la nueba que hubo del nuebo govierno me deshizo este año la población de chaco de que tengo dado aviso a V.Magd. porque la gente que yba de mala gana no ubo menester mas ocacion para huyrse/// si por agos­to puedo juntar otros ochenta hombres yre en persona a ello que de otra manera no sera posible, a todo acudiré con el cuidado y diligencia que como leal vasallo debo”[33]
El Cabildo de Santiago del Estero advierte al Rey que hay, poseídos de “ánimo diabólico”,  destructores de la obra de este Gobernador lleno de celo cristiano y de Fe. Pronto se le une el de la Nueva Villa de Madrid.
Entretanto, aquél sigue adelante con sus campañas conquistadoras, dirigiéndose al Famatina, como lo prometiera al fundar La Rioja, a buscar las minas que se labraban en tiempos del Ynga. El mejor fruto fueron los indios que salían de paz: pueblos ganados para la Patria y la Fe que hoy mantienen fielmente.
A las calumnias y rumores responde reafirmando la envergadura de su obra. Consciente de los servicios prestados y de los bienes alcanzados, pide al Rey un hábito de Santiago y el título de Adelantado.
Desde su sillón de gobernador del Tucumán, este “fiel servidor de su Señor” (como en la obra de F. Grillparzer[34]), atraviesa mentalmente los llanos, las selvas y las cordilleras al este y al oeste, y fija su mirada escudriñadora en las costas sin fin de ambos océanos, amenazadas por las potencias enemigas. Le llegan noticias de que el Brasil (por entonces legítimamente perteneciente a Felipe II) ha sido atacado por una fuerza de 1500 ingleses, quince veces superior en número a los ejércitos de vecinos del Tucumán. Denuncia el peligro y propone medidas, creando conciencia defensiva y sentido de unidad. Según la urgencia, mandaba “mozos de espuela” a sus Tenientes, para que, una hora después de recibir la correspondencia, la reenviasen a la Real Audiencia de La Plata, debiendo entregarla a su Presidente bajo las debidas constancias de fecha y hora.
No era precisamente la “siesta colonial” que pintaron ciertos autores para adormecernos.
Jujuy: cerrando el ciclo fundacional del Tucumán  (1593)
Por tratarse de lugar estratégico para la comunicación del Tucumán con Potosí, Charcas y Lima, varios intentos se habían realizado de fundar una ciudad sobre el camino de entrada al Tucumán por la Quebrada de Humahuaca.
El Virrey Toledo, viendo que el Gobernador Abreu no cumplía ese mandato, se lo había encomendado a Pedro de Zárate, dándole poderes especiales ante la circunstancia de hallarse Abreu en funciones. Zárate concretó la fundación de San Francisco de Alava pero fue víctima de un engaño de Abreu, quien, para disimular su propio fracaso, lo llamó y entretuvo en Santiago del Estero. En el ínterin, las escasas fuerzas españolas de Alava fueron eliminadas, salvándose unos pocos a uña de caballo[35].
Bien presente lo tenía Ramírez de Velasco, y no queriendo dejar pasar la oportunidad delimitó su jurisdicción, hizo la traza de solares y encomendó una nueva fundación al prestigioso Capitán Pedrero de Trejo.
No logrando éste la gente necesaria, Mejía Mirabal le dio la idea a su yerno don Francisco de Argañarás y Murguía de hacerse cargo de la fundación. El entusiasmo de don Francisco venció todos los obstáculos. El presagio de quienes querían impresionarlo diciéndole que dejaría la vida en la empresa, actuó de acicate, y Ramírez de Velasco vio con muy buenos ojos que fuera uno de aquellos 7 ú 8 caballeros que trajera de España para elevar el ambiente, su “lejano deudo”, quien asumiera la importante misión.
Para concretarla, debía hacer los aportes de práctica tomando el dinero de su hacienda para comprar los elementos indispensables: armas, caballos, bueyes, bastimentos, pertrechos de guerra, herrajes, etc. Y es así como un día del mes de abril de 1593 llegaría al Valle de Jujuy una cantidad nunca vista de 18 carretas cargadas con todo lo necesario, brindado por un gentilhombre en cuya estirpe la generosidad era tradición familiar.
En la provisión, le recomienda especialmente el Gobernador a su vasallo el buen trato de los indígenas: “procurando y dando horden a que sean bien tratados y reducidos y congregados, vengan a conocimiento de Dios nuestro Señor y tengan doctrina y bautismo…”, afirmando el interesante principio de que “con la comunicación de los cristianos se corregirán y enmendarán…” de sus idolatrías[36].
El acta fundacional se labra el 19 de dicho mes y año, y por ser segundo día de Pascua se bautiza la ciudad con el nombre de San Salvador de Velasco en el Valle de Jujuy. El documento es una ilustrativa pieza maestra, llena de enseñanzas, de aspectos épicos como las “terribles zancadas” que da el fundador para ver si alguien se anima a contradecirle la fundación, la finalidad misional, el reparto de tierras y solares, el paseo del estandarte y los regocijos, acompañado por mucha gente de a caballo, que deberá renovarse cada año para evocar el magno acontecimiento y expresar la fidelidad al Monarca; la designación de alcaldes y regidores y la entrega de las varas, que también deberá hacerse cada año, luego de oir Misa del Espíritu Santo para pedir sus luces en la elección de los nuevos cabildantes. Se oye misa en un edificio que ya se encuentra de pie, e inmediatamente comienzan a sesionar sus mercedes del Cabildo, Justicia y Regimiento.
Es imposible no admirar el orden y la tenacidad españoles, capaces de fundar exitosamente una ciudad en un descampado, con toda puntualidad y ceremonia, que comienza a latir de inmediato y para siempre –si logra subsistir, como en este caso.
Ramírez de Velasco tuvo la alegría de vivir la concreción definitiva de esta vital fundación, a sólo días de entregar el gobierno a don Fernando de Zárate, el nuevo Gobernador que S.M. había designado. Quién sabe qué hubiera ocurrido con Jujuy de no haber ejecutado Don Francisco de Argañarás y Murguía en tiempo record su designio. Sin duda el amparo del Divino Salvador se hizo sentir en esta ciudad puesta bajo su advocación por los viriles guerreros que habrían de defenderla como David frente a Goliat, enfrentando victoriosamente a los miles de indios de guerra de los alrededores, que habían borrado Nieva y San Francisco de Alava.
Honroso fin de una etapa
Debe haber sido doloroso para Ramírez de Velasco dejar la Gobernación del Tucumán; pero su correspondencia no contiene dejos de amargura ni frustración. Se limita a reclamar lo que le corresponde, a pedir lo que considera justo y conveniente para su proyecto de gran Gobernación y para sí, y a estar a derecho en su residencia. Hidalgo hasta el fin, tiene aún palabras de encomio para su reemplazante, elogiando su valor, discreción y espíritu caballeresco.
La sabia institución castellana del juicio de residencia daba lugar a que todos los vecinos y moradores, y otras personas que se considerasen agraviadas por el Gobernador saliente, hicieran las denuncias que quisieran en su contra –fundadas o no- ante el juez de residencia, que era el nuevo Gobernador o algún Teniente que actuara por delegación.
Con su acostumbrada hidalguía, se sometió a un juicio del que, en su caso particular, estaba eximido de hacerlo. Seguramente por tener la conciencia limpia, y tal vez también por hacer méritos ante el Rey para lograr las grandes retribuciones a las que aspiraba, no hizo uso de la Real Cédula en que S.M., teniendo en cuenta los antecedentes del Tucumán -donde anteriores gobernadores se  habían consumido unos a otros- , le concedía el privilegio de librarlo de tal juicio.
Esto le significó grandes molestias adicionales. Terminados sus casi ocho años de gobierno, aún no había percibido sus salarios, habiendo mantenido su Casa con adelantos dados a cuenta por los Oficiales Reales de Potosí, otros préstamos –comunes en la época- y el fruto de las encomiendas de Soconcho y Manogasta –especie de “propios” de los gobernadores, como tenían los Cabildos-, del que dispuso por algún tiempo, y el de las encomiendas que en uso de sus atribuciones legítimas de gobernador y fundador puso a su nombre.
Probablemente tales ingresos resultaron totalmente insuficientes para costear los enormes gastos de guerra, expediciones, adecuado tren de vida, donaciones a huérfanas de conquistadores y obras de caridad y sostén de su casa, que incluía 32 personas traídas de España.
El juez de residencia recibió numerosas denuncias, como era habitual, más luego de casi ocho años al frente de la Gobernación. La rectitud de Ramírez de Velasco y el combate a abusos y malas costumbres, le habían granjeado el odio de aquellos que, “con ánimo diabólico”, al decir del Cabildo de Santiago, querían destruir su obra. Asimismo, las imperfecciones y defectos del Gobernador, que sin duda los tenía, y asoman en su correspondencia, tuvieron su parte. 
Las acusaciones son del tenor de haber recibido de Blas Ponce y otros mucha hacienda en vino, miel, turrón y trigo, que en una ramada hizo azotar a un indio, que en Manogasta su hijo le quitó ovejas a los indios y las dio a dos perros pastores, que trató mal a Lope de Quevedo, que fundó una estancia de ganados en Salta, que recibió cosas de comida de diferentes personas. Imputaciones de hechos considerados graves en la época son casi inexistentes, y el juez, el Contador Pedro de Ribera, no acogió ninguna. Al fallar, desechó algunos cargos, acogió otros,  y lo condenó finalmente a una multa de dos mil pesos corrientes.
Quizás las residencias hubieran sido más justas y proporcionadas si, a la par y sin perjuicio de las penas, se hubiesen establecido premios y retribuciones proporcionales a los servicios prestados. ¿Cuál habría sido, en justicia, la retribución debida a quien dejara fundadas tres ciudades en una gobernación que sólo constaba de cinco, ganando para Dios, la Iglesia y la Cristiandad tantos miles de indios, consolidando de tal manera la sociedad de ese “reino” de 700.000 km2  en el orden político social, cultural y económico, sin cobrar su salario durante toda su gestión?
Pero en la austera y algo dura España del siglo XVI eran muchos los nobles, hidalgos y misioneros que debían contentarse con alguna promoción graciosamente concedida por el Rey, bajo influencia del poderoso Consejo de Indias. Era normal, por la circunspección de Felipe II y la lentitud de las comunicaciones y resoluciones, que las recompensas llegaran tarde o no llegaran nunca. Y esto era aceptado con cristiana resignación por hombres como Ramírez de Velasco, o a veces originaban reclamos vigorosos y aún ásperos de parte de los Cabildos, sin que esto amenazara el estandarte real pues “el ánimo y fidelidad en defenderlo no se puso a prueba en siglos”[37].
Apelada la sentencia por Ramírez de Velasco,  la Real Audiencia de Charcas, el 25 de octubre de 1594, falla definitivamente. Reduce la pena a sólo doscientos pesos corrientes, con la salvedad siguiente: “…y no mas /y con esto declaramos que el dicho govemador Joan rramirez de velasco husó el dicho ofizio como buen gobernador e Juez limpio y rrecto haziendo Justizia a las partes acudiendo a las cosas del servicio de su magd. y aumento de su rreal hazienda y conservazion de los vezinos de aquellas Provinzias, y de los naturales. Y que aumento la Poblazion con los Pueblos que fundo. Por lo qual es digno de remunerazion y que su magd. le ocupe en cosas de su servicio y le haga merced[38].
Según afirma Jorge Zenarruza, tal sentencia lo reconoce como el mejor Gobernador que tuvo el Tucumán.
Ramírez de Velasco, alborozado, escribe al Rey cinco días después: “…pues me an dado el mas honrado final que se a dado a governador en las yndias”, anunciándole que  con la sentencia de los Oidores y una información “de mis servicios me partiré a vesar los pies a V. Magd aunque me hallo ynposibilitado de plata por lo mucho que he gastado en poblar a V.Magd. tres ciudades y en traer a conocimiento de dios mas de doscientas mill animas sin gastar un real de la hazienda de V. Mgd ni averme muerto un hombre de su campo y aber descubierto la mayor riqueza de minas de plata que ay en las Yndias…[39].
   Probablemente magnificaba en parte los acontecimientos para obtener mercedes que le correspondían, conforme a la evidencia, ratificada por el fallo de la Real Audiencia, y que no llegaban. Los hechos, en esencia, eran reales, aunque la cifra de 200.000 indios pueda parecer excesiva. En cuanto a las minas de plata, hay que verlo de acuerdo a los elementos de juicio con que él contaba y no con los que contamos hoy. Sin duda tenía en cuenta los testimonios recogidos en la información que hizo levantar en Santiago del Estero, en particular del Escribano Tula Cervín, que documenta el gran tributo y remesa que los diaguitas enviaban anualmente al Inca. Las cargas de metal precioso eran tan grandes que requerían cuatro turnos de portadores en angarillas de más de dos mil indios[40].

III. GOBERNADOR DEL PARAGUAY Y RÍO DE LA PLATA
            Es una pena que no se hiciera lugar al pedido de Ramírez de Velasco de concederle el título de Adelantado del Tucumán y de Marqués de una de las dos ciudades que debía fundar para tener derecho a ello. Le hubiese dado realce a toda la región y significado el beneplácito real para llevar a cabo sus grandes proyectos. Son éstas frustraciones de las que en nuestra historia no faltan. El título no fue concedido, y la obra no se pudo hacer. Algo importante murió antes de nacer.
        No obstante, Ramírez de Velasco no muere en el olvido y aún le falta camino para recorrer. Recién, cuando Ramírez de Velasco se instala en la ciudad de La Plata, y puede exponer ante los Oidores de la Real Audiencia, en persona, la naturaleza de los problemas existentes en la gobernación que había dejado y cómo había ido resolviendo aquéllos cuya solución estaba en sus manos, fue cuando las autoridades de Charcas y Lima advirtieron el verdadero valor del Gobernador saliente, nombrándolo el Virrey del Perú, Gobernador de las Provin­cias de Paraguay y Rio de la Plata, a fines del año 1595[41].
Don García Hurtado de Mendoza, III Marqués de Cañete y Virrey del Perú, como su padre, le ofrece ocupar la Gobernación vecina. No era poco honor ni poco reconocimiento pero… ¡qué lejos de lo que podría haber sido si el águila bicéfala del Escorial hubiese estirado plenamente sus alas! Su nobleza de sangre y de espíritu, su dedicación y entrega, la capacidad demostrada eran razones suficientes para darle el rango que le correspondía al descendiente del Cid y de los Reyes de Navarra. Pero la Edad Moderna fue el otoño de la Nobleza. Se la llama “moderna” por su similitud con la época actual, signada por un igualitarismo estéril. Sin duda no era igualitario el espíritu grande de Felipe II que, sin perjuicio de su manifiesta grandeza, cometió errores como tener de Secretario a Antonio Pérez y nombrar a Abreu y a Lerma desoyendo a Don Francisco de Toledo, que estaba “in loco”, conocía a las personas y era gran vasallo y gran Virrey.
            Una vez más vemos al tesonero Ramírez de Velasco yendo al frente y hacia arriba. No se le oyen quejas ni recriminaciones. Acepta el cargo y se dispone a trabajar para su nueva Gobernación. Entre la obra gubernamental cumplida y la nueva por cumplir crece notablemente como estadista. Sigue escribiéndole al Rey madurando proyectos de mejoras que ayudarán a crecer a los indios y vecinos. Insiste en la conveniencia de incorporar Cuyo a la jurisdicción del Gobernador del Tucumán, adelantándose más de un siglo y medio a los hechos. Espera que las minas del Famatina darán recursos para un enorme crecimiento demográfico, mejorar la situación y libertades del indígena y continuar la campaña fundacional hasta el Estrecho.
            Al año siguiente (1596) se dirige nuevamente a Felipe II[42]. No se ha desanimado ni abandonado sus proyectos. Insiste en la idea de la gobernación vitalicia solicitando el nombramiento de Adelantado y Marqués, estando dispuesto a cumplir el requisito de fundaciones requerido por las Ordenanzas de 1573. Fundamenta el pedido adhiriendo al gran objetivo de la Corona de promover la evangelización de los naturales.
            La carta contiene valiosas precisiones sobre las ciudades del Tucumán y de la población indígena; la más numerosa es la de La Rioja. Recomienda la explotación del añil y la cochinilla por ser tarea liviana, pasible de ser realizada por mujeres, viejos y niños por los que muestra su innata solicitud. Evoca los ocho años que ha gobernado con el divino favor. Termina manifestando que ha dado cuenta de lo que en Dios y en conciencia conviene.
            1597
            “Amanece el Año Nuevo”, canta el himno del Tinkunaco, ceremonia evocativa de la conversión de 9.000 indios de guerra realizada por San Francisco Solano y su encuentro cristianamente fraternal con los españoles, ampliamente documentada en su proceso de canonización. Fue en La Rioja, un Jueves Santo, al año de fundada por nuestro personaje.
            El primer día del año 1597, la Argentina fundacional amaneció para una jornada gloriosa. El Gobernador del Paraguay y Río de la Plata acaba de sancionar Ordenanzas que honran nuestra historia[43]. En su mayor parte se destinan a la conservación, aumento y evangelización de los naturales. También contienen disposiciones en pro de la libertad legítima y fortalecimiento de los vecinos feudatarios y moradores. Sin duda era coincidente el pensamiento velasquiano con el del antiguo Marqués de Cañete, don Andrés, para quien los vasallos son los brazos del Reino, del que el Rey es cabeza. Tales miembros deben ser fuertes, pues en ellos reside la fortaleza de todo el organismo[44]. Así, disponen las nuevas disposiciones: “…por tanto ordeno y mando que de aquí en más ninguna junta ni Cabildo desta gobernación se entremeta a poner posturas[45] a los vecinos y moradores si no que cada uno benda libremente a los mercaderes sus cosechas…”
            Las Ordenanzas ponen el acento en la evangelización del indígena. Prescriben la construcción de Iglesias y la erección de grandes cruces, en los poblados y en las juntas de caminos, el rezo de oraciones a la mañana y el anochecer, de rodillas y con las manos juntas, los sufragios por los indios difuntos.
El bien del alma va junto con el del cuerpo. Se permite al encomendero utilizar la cuarta parte de los indios en condiciones de trabajar, entre los 15 y los 50 años. Antes de esa edad, deben ayudar a sus padres; pasados los 50, pasan a la reserva, para que se ocupen sin traba alguna de sus necesidades espirituales y materiales. Si un indio se enferma, el cacique debe avisarle al encomendero para que éste le procure atención médica y remedios.
            Los indios en edad laboral deben trabajar cuatro días por semana, quedándoles libre el domingo y fiestas de guardar para cumplir sus deberes religiosos. Los otros dos días deben ocuparse en cultivar sus propias sementeras.
            Estas disposiciones admiran por su bondad y sabiduría, más aún si se las compara con el durísimo régimen laboral de los Incas. Esto muestra que, a pesar de tantos males que existieron, de los que muchos nunca dejarán de existir mientras el mundo sea mundo, la diferencia con la civilización cristiana es muy grande. Las teocracias andinas y mesoamericanas no se distinguían por su suavidad ni por los “derechos humanos” ni laborales. La vida humana no tenía ningún valor, y los hombres vivían en régimen de esclavitud mecanizada, como dice Vicente Sierra.
            Una ordenanza merece mención aparte: “para que vayan entrando en sociedad”, los días de fiesta debe invitarse a las poblaciones indígenas a participar con sus instrumentos y danzas típicas, “para que alegren la fiesta”. No hay trazas de la discriminación que imaginan siempre los antropólogos indigenistas.
            Mandó pregonar las Ordenanzas frente a su casa, en la Asunción, “en primero dia del mes de enero año del nacimiento de nuestro Salvador y reden­tor Jesu Cristo de mil quinientos nobenta y siete años”. Estaban presentes Hernandarias y Ruy Díaz de Guzmán, primer gobernador y primer cronista criollo, respectivamente.
            Estos fueron, comenta Zenarruza, los hombres que dieron comienzo a nuestro País, injustamente olvidados. Propone que se les dé el lugar que merecen en la enseñanza de Historia. Estima que se adelantó tres siglos a las llamadas “conquistas sociales”. Más bien diríamos que fue un digno imitador de Isabel la Católica, como Toledo y tantos otros que ilustraron los reinados de Carlos I y Felipe II.
            Merced a ellos, agrega el autor jujeño, pudo España conquistar, poblar y civilizar en sólo 100 años el continente americano.
            La pluma más autorizada de la historia del Tucumán, Roberto Levillier, afirma que fue el primero en concebir la Argentina tal cual es hoy. Y, algo más honroso aún, que consolidó en toda forma la sociedad confiada a sus cuidados.
            El 2 de febrero, a un mes de promulgar las Ordenanzas, murió en Santa Fe, luego de poblar tres ciudades (dos de ellas fueron Estados federales) y traer a conocimiento de Dios doscientas mil almas.
            Dejó esta tierra en la festividad de la Virgen de la Candelaria, de Aquella “Serenísima Reina de los Angeles” Patrona de su Divisa familiar. Sus restos reposan en Santa Fe la vieja, como diciendo: defendí la Fe hasta morir. “…Con valor y cristiandad”, como era uno de sus lemas.

Sañogasta, 21 de abril de 2008.
Revisado 20 de mayo del AD 2019

           
























¨ Profesor de Historia – Presidente del Centro de Estudios Históricos, Genealógicos y Heráldicos del Mayorazgo de San Sebastián de Sañogasta y del Centro Cultural Juan Ramírez de Velasco, Gobernador del Tucumán
[1] NOTAS sobre “Zenarruza, Jorge – General Juan Ramírez de Velasco – un estudio para su biografía”, por Luis Mesquita Errea, Sañogasta, La Rioja, marzo de 2008, p. 1.
[2] “A Austria le corresponde imperar sobre todo el mundo”, lema atribuido a Federico III de Habsburgo, cf. L. Mesquita Errea “Siglos de Fe en Argentina y América preanuncian un futuro glorioso - .La formación de la civilización cristiana y mariana en nuestro suelo y su resistencia a la Revolución igualitaria (ca. 1530-1830)”, II Jornada de Cultura Hispanoamericana por la Civ. Cristiana, Salta, septiembre de 2006.
[3] Cf. José L. Busaniche, Historia Argentina, ed. Hachette, cap. VII.
[4] Enciclopedia Espasa Siglo XXI, 1998, ít. Absolutismo.
[5] Datos extraídos de Jorge Zenarruza,  “General Juan Ramírez de Velasco – un estudio para su biografía”, Inst. de Est. Iberoamericanos, Serie Histórica, t. I, Buenos Aires, 1984, Cap. II, parágrafo I.
[6] Ver fórmula de un pleito-homenaje de obediencia en R. Levillier, “Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán”, Varsovia, 1928, t. III, p. 23.
[7] Cf. Plinio Corrêa de Oliveira, “Nobleza y élites tradicionales análogas – en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y la Nobleza romana”,  Ed. Fernando III el Santo, Madrid, 1995, tomo I, parte I..

[8] Carta del 10 de diciembre del año 1586.
[9] El destaque es nuestro.
[10] NOTAS sobre “Zenarruza, Jorge – General Juan Ramírez de Velasco – un estudio para su biografía”, por Luis Mesquita Errea, Sañogasta, La Rioja, marzo de 2008, p. 121.

[11] NOTAS ibid., p. 85.
[12] „...ursprünglich jeder freie Grundbesitzer am Heeresdienst persönlich teilnehen und sich auf eigene Kosten ausrüsten muβte...“ (“...originariamente cada propietario libre debía participar personalmente en el servicio militar y armarse a su propia costa…”), “KARL DER GROSSE – eine Historie von Rudolph Wahl”, S. Fischer Verlag, Berlin, 1934, p. 404.

[13] Carta del 10 de diciembre de 1586.
[14] R. Levillier, “Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán”, Varsovia, 1928, t. III.

[15] Ramírez de Velasco estableció para la Gobernación del Paraguay un límite equivalente a la cuarta parte de los indios entre 15 y 50 años (ver parte III de este trabajo).
[16] Cf. Jorge Zenarruza,  “General Juan Ramírez de Velasco – un estudio para su biografía”, Inst. de Est. Iberoamericanos, Serie Histórica, t. I, Buenos Aires, 1984, Cap. V, parágrafo I.

[17] Al parecer el lindísimo pueblo de Molinos, sobre el Río Calchaquí, podría haber sido el Chicoana de los tiempos de la Gran Entrada, de acuerdo al mapa que publica Roberto Levillier en el t. III de su “Nueva Crónica…”
[18] NOTAS sobre “Zenarruza, Jorge – General Juan Ramírez de Velasco – un estudio para su biografía”, por Luis Mesquita Errea, Sañogasta, La Rioja, marzo de 2008, pp. 80 y ss.


[19] El destaque es nuestro.
[20] El destaque es nuestro.
[21] NOTAS sobre “Zenarruza, Jorge – General Juan Ramírez de Velasco – un estudio para su biografía”, por Luis Mesquita Errea, Sañogasta, La Rioja, marzo de 2008, p. 40 y ss.


[22] NOTAS…, ibid., p. 43.
[23] NOTAS sobre “Zenarruza, Jorge – General Juan Ramírez de Velasco – un estudio para su biografía”, por Luis Mesquita Errea, Sañogasta, La Rioja, marzo de 2008, p. 46.


[24] NOTAS…, ibid.
[25] NOTAS…, ibid., p. 84.
[26] Es ilustrativo leer la desoladora descripción de los campos de La Rioja antes de Ramírez de Velasco de la pluma nada hispanista de Dardo de la Vega Díaz en su obra “La Rioja heroica”.
[27] Alejandro Moyano Aliaga, “La Rioja – Revelaciones documentales acerca de su fundación”, Junta Provincial de Historia de Córdoba, 1991, Testimonio del escribano Luis de Hoyos sobre la fundación de La Rioja, pp. 29 y ss.
[28] Ibid.
[29] NOTAS sobre “Zenarruza, Jorge – General Juan Ramírez de Velasco – un estudio para su biografía”, por Luis Mesquita Errea, Sañogasta, La Rioja, marzo de 2008, p. 57.


[30] Alejandro Moyano Aliaga, “La Rioja – Revelaciones documentales acerca de su fundación”, Junta Provincial de Historia de Córdoba, 1991, Testimonio del escribano Luis de Hoyos sobre la fundación de La Rioja, pp. 29 y ss.

[31] NOTAS…cit., pp. 51-2.
[32] Carta al Rey del 10 de febrero del año 1589.
[33] Carta al Rey del 9 de enero de 1592.
[34] “Ein treuer Diener seines Herrn”.
[35] Levillier, “Nueva Crónica…”, tomo III, cap. I.
[36] NOTAS…cit., p. 70.
[37] Constantino Bayle, S.J. “Los cabildos seculares en América”, p. 288.
[38] NOTAS…, p. 92.
[39] NOTAS…, p. 93. Todos los destaques son nuestros.
  • [40] “…anualmente debían desarrollar la penosa tarea de irse caminando en número de 8.000 para llevar en angarillas, por grupos de 20, el tributo de oro para el Inca? Las circunstancias en que se concretaba el pago de este tributo se desprenden de la información levantada por el Gobernador Ramírez de Velasco en Santiago del Estero en 1587-89. De la declaración del Escribano Alonso de Tula Cerbin, surge que los “Ingas de César” –fuerzas militares del Inca en nuestro territorio- estaban en la zona de Londres. Ellos cobraban los tributos de oro y plata sacados a los diaguitas de las minas de Londres y los mandaban al “Inga del Cuzco”: “...estos Ingas enviaban una parte del tributo...en noventa andas, que llaman acá anganillas, y cada anganilla llevaban en hombros veinte o treinta indios y para remuda y su guarda llevaban cuatro veces tantos indios”. El oro lo llevaban en tejuelos con la marca del Inca, cada uno de ellos pesaba 62 pesos de oro. Iban marchando con su carga “por el camino real del Inga”, en número aproximado de 8.000”. Información tomada de Aníbal Montes, “El Gran Alzamiento Diaguita”, ap. L. Mesquita Errea, Trabajo de Seminario “Pedro Nicolás de Brizuela: Conquistador, encomendero, fundador - Protector del indio y gobernante”, Profesorado de Historia de Chilecito, 2003,  p. 30

[41] Cf. Jorge Zenarruza, o.c., VII, parágrafo III.
[42] Carta al Rey del 5 de enero de 1586.
[43] Cf. Jorge Zenarruza, op. cit., pp. 228-35.
[44] Cf. Luis Ma. Mesquita Errea, “Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile”  : La sociedad peruano-tucumanense del siglo XVI en la mirada de fray Reginaldo de Lizárraga, OP, Congreso Los 400 años de la Orden Dominica, Córdoba, 2004.

[45] A fijarle precios a los productores.

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