Carta del Dr. Ricardo Curutchet (San Rafael/Mendoza)
a la "Asamblea Permanente por los 'Derechos Humanos' "
Los destaques en el texto son de nuestra Redacción
"No es hollando las viejas costumbres o atacando las arraigadas creencias de los pueblos como se defienden los derechos humanos..."
San Rafael, Provincia de Mendoza, 5 de septiembre de 2012.
Señor
Presidente de la Filial San Rafael
de la Asociación Civil
Asamblea Permanente por los Derechos Humanos,
Asamblea Permanente por los Derechos Humanos,
D. Ricardo Ermili.
De nuestra consideración:
Hemos tomado conocimiento de la nota que la filial de la A.P.D.H. que Ud. preside ha dirigido a la Directora General de Escuelas de la Provincia de Mendoza en la cual, entre otras cosas, piden que se suprima la conmemoración del “Día de la Virgen del Carmen de Cuyo” prevista para el día 8 de septiembre por el Calendario Escolar (conf.: Res. n° 683-DGE-2012).
Nos interesa destacar que la celebración del día de la Virgen del Carmen de Cuyo no se origina en esa Resolución que ustedes cuestionan, sino que remonta a tiempos muy remotos, a casi cinco siglos de historia.
La devoción a la Santísima Virgen María arraigó inmediatamente en los pueblos originarios de América, como lo demuestra con creces la que se tiene a la Virgen de Guadalupe, en México, desde los primeros años del siglo XVI; y como lo prueba la extendida devoción a la Virgen del Carmen, especialmente en toda la región del sur andino.
Desconocer la legitimidad y libertad de esa adhesión multisecular implicaría una injusta discriminación y un manifiesto desprecio respecto de la capacidad intelectual y madurez de quienes rinden culto a la Virgen María como Madre de Dios y la tienen a su vez como protectora y madre suya. En todo lo cual, suponemos, ustedes no habrán querido incurrir.
En Mendoza, el culto a la imagen y advocación que ustedes cuestionan se vincula directamente a la donación hecha por don Pedro de Núñez, a principios del siglo XVIII y se mantuvo a lo largo de los años, hasta hoy.
Fue el Libertador, don José de San Martín, quien la eligió Generala del Ejército de los Andes, no por un capricho o gusto personal sino porque casi todos los soldados de su tropa llevaban el escapulario carmelitano. Soldados, todos ellos, hijos de nuestra tierra y capaces, como de hecho lo hicieron muchísimos de ellos, de dar libremente la vida por ella.
Fue esa imagen la que sostuvo el bastón de mando de don José y fue ella la que recibió las banderas capturadas al enemigo en la batalla. De la Santísima Virgen es de quien dijo el general San Martín que “el auxilio y la protección que ha prestado al Ejército de los Andes su Patrona y Generala la Virgen del Carmen son demasiado visibles...”
Ella es la que, actualmente, como lo muestra la imagen que colocamos en el encabezamiento de esta nota, se orna y luce con las banderas de las tres naciones cuya independencia fue asegurada por la heroica gesta del Ejército de los Andes, nacido en Cuyo, a la sombra de nuestra cordillera, en signo de la fraternidad americana cuyo logro tanto nos apremia para el bien de nuestros pueblos.
Es esa misma imagen la que recibió la corona de oro que le otorgó el papa san Pío X el 8 de septiembre de 1911, en recuerdo de cuya solemnidad se estableció esta conmemoración que ustedes cuestionan.
La historia de nuestra patria Argentina y de las naciones de la América hispana y lusitana está íntimamente vinculada a la Iglesia Católica que ha contribuido a su nacimiento y formación aportándole no sólo el invalorable tesoro de su Fe, sus sacramentos y su culto, sino los valores morales que constituyen el núcleo medular de su cultura, de sus costumbres, de sus tradiciones y de sus instituciones familiares, sociales y políticas. Quiten ustedes, a título de hipotético ejercicio de la inteligencia, todo lo aportado por la Iglesia y verán, si honradamente lo consideran, que nada o casi nada queda en pie, de todo lo que ustedes dicen defender, como pretensos abanderados de los derechos humanos.
Es consustancial a la Iglesia Católica el culto de especial veneración a la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, hijo verdadero de Dios y hombre verdadero, por cuya Sangre hemos sido redimidos. Nuestro pueblo así lo entendió y así lo ha practicado, desde que fue conocido en esta tierra el anuncio de la buena nueva que es el Evangelio. Recorran ustedes todos los rincones de nuestra Patria, de norte a sur y de este a oeste, y en todos ellos verán que, aún hoy, la inmensa mayoría de sus hijos ama y venera a quien tienen por su Madre.
También los hijos de los inmigrantes, que enriquecieron nuestra raza, pero especialmente los hijos originarios de esta tierra y los criollos que en ella se formaron, como podrán verlo en estos días en las fiestas de la Virgen del Milagro de Salta; y como lo verán, si se toman el trabajo de hacerlo con honestidad, en todas las regiones del extenso y variado territorio argentino.
Dentro de ese sentimiento general, que inspira a la inmensa mayoría de nuestro pueblo, aun de aquellos que no practican hoy todos los preceptos de la Iglesia, se inscribe la celebración que ustedes impugnan, como discriminatoria y violatoria de las constituciones de la Nación y de la Provincia de Mendoza.
La supuesta primacía del principio de laicidad que ustedes invocan como fundamento de su reclamo, de ningún modo exige la supresión de homenajes, reconocimientos y culto en razón del respeto de algunas minorías, ínfimas por otra parte, que podrían verse afectadas por ello.
Cualquier efeméride, por aséptica que se considere, es capaz de ofender, molestar o dejar a alguien disconforme, porque así está en la naturaleza de todo consorcio humano libre. Pero tal posibilidad no es suficiente para cohibir su celebración la cual, en el marco de la misma tolerancia que ustedes invocan –y que, más que tal, en un estado laico como el que pregonan, debería llamarse respeto– habrá de hacerse, como siempre se ha hecho, sin reparos, reconociendo el derecho de adherir libremente a su festejo, o de no hacerlo.
Más allá del culto que indudablemente se merece la Madre de Dios y que en esta tierra mendocina se le brinda, desde tiempo inmemorial, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen de Cuyo, lo cierto es que dicho culto no sólo rinde honor a la verdad sino que se inscribe en el marco de las más hondas, antiguas y amadas tradiciones de nuestra tierra cuyana, tanto o más dignas de respeto que aisladas discrepancias que, por otra parte, libremente podrán eximirse de practicarlo.
No es hollando las viejas costumbres o atacando las arraigadas creencias de los pueblos como se defienden los derechos humanos, que no fueron inventados ni hoy ni por ustedes; y cuyos principios no fueron extraídos de modernas sentinas ideológicas, sino que fueron incorporados a la civilización occidental, de uno y otro lado del océano, al comienzo de nuestra era, por el cristianismo y por su Iglesia.
No hay un solo principio, de los que ustedes dicen defender, que no haya sido postulado y definido por la doctrina católica y, entre ellos, brilla por su riqueza y novedad el respeto y el amor a la mujer –ajeno tanto a la cultura pagana del mundo asiático y europeo, como a las también paganas y en muchos casos brutales culturas de esta tierra americana–, expresado de manera sublime en el culto a la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
A quien nosotros, en Cuyo y en este particular rincón cuyano de San Rafael, tan lleno de sus advocaciones –de Lourdes y de Fátima, de la Inmaculada Concepción y del Valle, de Luján, de la Asunción, de los Dolores, del Carmen, del Rosario y del Perpetuo Socorro, del Rosario de San Nicolás, de María Auxiliadora y de la Merced– imágenes y devociones, en iglesias, ermitas y monumentos, veneramos de manera especial bajo el glorioso y tradicional título de Nuestra Señora del Carmen de Cuyo, patrona y madre de nuestra tierra y custodia de las más inmortales páginas de nuestra historia.
Veneramos y queremos seguir honrando, especialmente en nuestras escuelas y con nuestros niños, vástagos de esa tradición que no queremos que se pierda ni se mancille y que no permitiremos que así ocurra.
Esperamos que sepan ustedes entender nuestra posición y reconocer que ella no responde al antojo de un grupito de exaltados sino al sentir común del pueblo, la defensa de cuyos derechos se arrogan; y que en un acto de honestidad, que nuevamente les exigimos, retiren la petición que han presentado y a cuya atención favorable, como es de toda evidencia, categóricamente nos oponemos.
Atentamente
Ricardo S. Curutchet
Presidente
CIDEPROF
Centro de Investigaciones
de la Problemática Familiar
de la Problemática Familiar
Ricardo S. Curutchet. D.N.I. n° 8.244.722.
Castelli 411, San Rafael, Mendoza.