Con el apoyo del Papa Francisco, una República Universal que desconoce las soberanías nacionales y gravita en torno a China
En su documento de un año atrás, el IPCO alertaba contra el hecho de que los promotores de esta «nueva sociedad» proclamaban una respuesta coordinada y global como única solución a la pandemia, lo que requeriría un órgano ejecutivo mundial que impusiera, como primer paso, la coordinación fiscal y monetaria.
La Unión Europea ha sido durante varias décadas una iniciativa pionera en la erosión gradual de las soberanías a favor de una entidad supranacional. Su mayor paso en esta dirección fue la creación de una moneda única administrada por el Banco Europeo, con la condición de que no hubiera una mutualización de las deudas de los países miembros, para que los «frugales» países nórdicos no se vieran obligados a pagar los déficits de los «despilfarradores» países del Sur.
Sin embargo, tras los lockdowns y con el pretexto de evitar la recesión, esta limitación cayó, y se incluyó una mutualización real de la deuda pública en el nuevo presupuesto de siete años de la UE, y en el instrumento de recuperación temporal llamado Next Generation EU. Se emitirán conjuntamente 750.000 millones de euros de deuda que se transmitirán a los países de la UE bajo la forma de subvenciones y préstamos, a condición de obtener la aprobación de la Comisión Europea para el plan nacional de utilización del dinero (otra limitación más de la soberanía), que debe priorizar imperativamente la «transición ecológica» y la «transición digital». El Instituto Jacques Delors ha aplaudido la iniciativa, declarando: «Es una de las más ambiciosas de una larga serie de propuestas de mutualización de la deuda europea” (72). Por otro lado, algunos analistas consideraron el fondo Next Generation EU como un verdadero «socialismo de guerra» que bloquea a la sociedad, en el que «los Estados dan un paso más en relación a la sociedad civil y se ven en parte superados por una gobernanza europea reforzada»(73).
Pero el mayor avance hacia los «Estados Unidos de Europa» -deseados por la corriente federalista desde el lanzamiento, en 1923, del Manifiesto Paneuropeo del Conde Coudenhove-Kalergi- se produjo en el ámbito de la salud pública, en el sentido de succionar paulatinamente las competencias de los Estados miembros en favor de la Comisión Europea, que empezó a coordinar una respuesta europea común al brote de coronavirus. En el Tratado de Lisboa (2007), la Europa Unida (UE) obtuvo competencias para complementar permanentemente las políticas nacionales a través de su Estrategia Sanitaria, así como para garantizar «la vigilancia de las amenazas transfronterizas graves para la salud» y luchar contra ellas.
La Comisión Europea aprovechó la crisis del virus chino para imponer una verdadera mutualización de la respuesta sanitaria:
+ Negociación y compra de equipos médicos, pruebas, fármacos y vacunas, convirtiendo a la Unión Europea (UE) en el principal negociador y comprador (incluidas las costosísimas transacciones de fármacos ineficaces para combatir el Covid-19 y con graves efectos secundarios, como el Redemsivir del laboratorio Gilead);
+ Inversiones directas de la UE para proyectos de investigación y desarrollo de diagnósticos y tratamientos a través de la Iniciativa sobre Medicamentos Innovadores;
+ Adopción de normas para el uso, la validación y el reconocimiento mutuo entre los países miembros de la UE de las pruebas rápidas de antígenos y la normalización de los certificados de vacunación con fines médicos;
+ Lanzamiento del programa «Incubadora HERA», en colaboración con investigadores, empresas de biotecnología, fabricantes y autoridades públicas, destinado a detectar nuevas variantes, desarrollar nuevas vacunas adaptadas y acelerar su proceso de aprobación;
+ Patrocinar, en colaboración con la OMS, las reuniones del Consejo de Facilitación de Alto Nivel, cuyo objetivo es acelerar, a escala mundial, el desarrollo y despliegue de vacunas, pruebas y tratamientos, y mejorar los sistemas sanitarios;
+ Contribución financiera al mecanismo COVAX para garantizar un acceso equitativo a las vacunas, las pruebas y los tratamientos, y organización de una campaña de recogida de donaciones en favor de la Respuesta Mundial al Coronavirus, que recaudó 15.900 millones de euros en favor del mismo objetivo (74).
Si levantamos la vista del nivel regional europeo al nivel global, vemos que la Organización Mundial de la Salud no sólo desempeñó un papel predominante en la creación del clima de pánico que condicionó las respuestas de los gobiernos, sino que también fue adquiriendo una importancia creciente en la determinación de las políticas de lucha mundial contra la epidemia, en detrimento de la soberanía sanitaria de las naciones.
La OMS ha logrado una auténtica gobernanza de facto a través de las declaraciones de sus más altos funcionarios, sus documentos-guía, sus plataformas de aprendizaje online, su Plan Estratégico de Preparación y Respuesta, sus protocolos de pruebas y tratamiento, así como su certificación de vacunas y sus misiones conjuntas o de verificación en China y otros lugares (75). Según el Ministro de Sanidad alemán, Jens Spahn, al anunciar la creación en Berlín de un nuevo centro mundial de recolección de datos sobre pandemias en colaboración con la OMS, la lucha contra los nuevos virus requiere un «Global Reset». «Es un hecho de la naturaleza que aparecerán más virus con el potencial de desencadenar epidemias o pandemias» – dijo en esa misma ocasión Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la organización (76). La OMS se convertirá así en una especie de Pontifex Maximus de referencia en la nueva «guerra santa» contra las pandemias emergentes.
La OMS y la Unión Europea se han convertido, en sus respectivos niveles, en los ejecutores pioneros del sueño formulado por Jacques Attali en el artículo de 2009 ya citado: «Implantar una policía mundial, unos stocks mundiales y, por tanto, una fiscalización mundial. Llegaríamos de este modo, mucho más rápido de lo que permitiría la mera conveniencia económica, a sentar las bases de un verdadero gobierno mundial» (77).
Con gran dolor y asombro, vemos que un nuevo y decisivo apoyo a la germinación de un gobierno mundial unificado ha venido del Papa Francisco… No sólo por sus continuas críticas a una gestión de las crisis sanitarias respetuosa de la soberanía de los países, y sus declaraciones de que la pandemia requería una respuesta global (78), sino sobre todo por la publicación de su controvertida encíclica Fratelli Tutti.
Para el Pontífice, la crisis sanitaria del Covid-19 fue la gran oportunidad para salir de la «autoprotección egoísta»: «Ojalá ya no hayan ‘los otros’ sino un solo ‘nosotros'», para que «la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, libre de las fronteras que hemos creado» (Fratelli Tutti nº 35), porque «la verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta capacidad de pensar no sólo como país, sino también como familia humana» (FT nº 141).
Según Francisco, es necesario «pensar y generar un mundo abierto» (es el título del capítulo 3 de la encíclica), donde estén vigentes «los derechos sin fronteras» (es el subtítulo de un apartado), porque «nadie puede ser excluido» y «los confines y las fronteras de los Estados no pueden impedirlo» (FT nº 121). Pero «para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial capaz de realizar la fraternidad sobre la base de pueblos y naciones que viven la amistad social» (FT n. 154), es necesario «fomentar no sólo una espiritualidad de la fraternidad, sino también y al mismo tiempo una organización mundial más eficiente» (FT n. 165).
En este contexto, se hace indispensable -continúa el Papa- la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas imparcialmente por acuerdo entre los gobiernos nacionales y dotadas de poder sancionador. Una «autoridad mundial» que no reside en una persona, sino en instituciones «dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial» (FT nº 172) (79).
Esta autoridad mundial deseada por el Papa Francisco no parece estar lejos del sueño iluminista de una República Universal incubada en las logias masónicas ya antes de la Revolución Francesa. No es de extrañar, por tanto, que la Gran Logia de España haya publicado la siguiente declaración: «La última encíclica del Papa Francisco demuestra lo alejada que está la actual Iglesia católica de sus antiguas posiciones. En ‘Fratelli tutti’, el Papa abraza la Fraternidad Universal, el gran principio de la masonería moderna»(80).
Sin embargo, en esta gran fraternidad universal, China pretende asumir el papel de Gran Hermano. Aunque fue el foco del inicio de la plaga y, de forma irresponsable, no advirtió a los demás países de lo que estaba ocurriendo, pasó a ser considerada como un modelo a imitar, por la supuesta eficacia de sus drásticas medidas de contención (81). Más adelante, mediante el envío masivo de máscaras y aparatos respiratorios a un gran número de países, los dirigentes comunistas chinos se ganaron la simpatía de las poblaciones crédulas de su supuesto desprendimiento, mientras que las demás naciones se disputaban entre sí estos materiales y levantaban barreras proteccionistas (82).
Uno de los factores que más contribuyó a este cambio de actitud fue la negativa de los medios de comunicación y de los dirigentes políticos a calificar el Sars-Cov-2 de «virus chino», mientras que -sin ningún escrúpulo de incitación al racismo- llenaban sus columnas y discursos con referencias a las variantes inglesa, brasileña, india o sudafricana.
Una encuesta de la empresa SWG, realizada en Italia poco después de que el país se viera afectado por el coronavirus y fuera socorrido por los chinos, mostraba que, en esta coyuntura, el antiguo Celeste Imperio ocupaba el primer lugar en el podio de los países «amigos», con el voto del 52% de los encuestados, seguido de Rusia con el 32%, mientras que Estados Unidos ocupaba el tercer lugar con el voto de sólo el 17% de los encuestados. En cambio, al principio de la pandemia, los vecinos europeos se consideraban «hostiles» (Alemania 45%, Francia 38% y el Reino Unido 17%) (83).
Una encuesta realizada el pasado mes de enero -casi un año después- por Datapraxis y YouGov entre 15.000 encuestados de 11 países europeos mostró que el 59% de ellos considera que en diez años China será una potencia más fuerte que Estados Unidos. Las tasas más altas corresponden a los países del sur: españoles (79%), italianos y portugueses (72%) y franceses (62%). Resultado de esta percepción geopolítica: el 60% de los consultados piensa que en caso de desacuerdo entre Estados Unidos y China, su país debería permanecer neutral; el resto se dividió entre los que piensan que deberían seguir a Estados Unidos (22%), los que creen que deberían seguir a China (6%) y los que no supieron responder (12%); los húngaros (68%), los portugueses (67%) y los alemanes (66%) fueron los más partidarios de la neutralidad (84).
La persistencia del engaño de amplios sectores de la población occidental en relación a la China comunista no debe sorprender. Es el resultado no sólo de la propaganda china, sino también de la actitud complaciente de los gobiernos y empresarios occidentales, para quienes el mercado chino es su tabla de salvación para salir de la recesión, y que creen ingenuamente en una futura democratización de ese país. Eso no impide, sin embargo, que sectores cada vez más amplios de la opinión pública vean con creciente desconfianza las verdaderas intenciones de los herederos de Mao, manifestadas en la persecución de los opositores internos y el neocolonialismo en la política exterior.
La actual disputa mundial sobre las vacunas está sirviendo de ocasión para reforzar este soft power chino, especialmente en los países menos desarrollados, mediante donaciones y asociaciones comerciales (85). En un artículo para el Financial Times titulado «Occidente debe prestar atención a la diplomacia de las vacunas de Rusia y China», Moritz Rudolf, del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad, afirmaba: «La salud fue uno de los muchos subtemas de la iniciativa Belt & Road [la llamada «nueva ruta de la seda», la mayor iniciativa geopolítica de China de este siglo]. Con la pandemia, se convirtió en el foco principal» (86) .
América Latina es objeto de especial atención por parte de la diplomacia china, y según el People’s Daily, órgano oficial del Partido Comunista Chino, «bajo el especial telón de fondo de la epidemia, el presidente Xi Jinping mantuvo un estrecho contacto y comunicación con los líderes de muchos países latinoamericanos, como Brasil, Argentina, Cuba, México, Chile y Venezuela, entre otros, lo que consolidó las bases para el desarrollo de las relaciones entre China y América Latina bajo la nueva situación y abrió el camino para las relaciones futuras» (87).
La referencia de Xi Jinping a los dirigentes brasileños no se dirige, obviamente, al presidente Jair Bolsonaro -que ha expresado severas restricciones a la agenda ideológica del Partido Comunista Chino-, sino a algunos gobernadores, como el del Estado de San Pablo, que han entrado en contacto directo con las autoridades chinas.
Si al principio de la epidemia las autoridades chinas eran consideradas por la población de la región como responsables de las dificultades que atravesaban, tras la amplia distribución de las vacunas chinas, la imagen pública de China mejoró a los ojos de parte de los latinoamericanos (88). Este cambio de actitud ha provocado que algunos gobiernos den marcha atrás ante las masivas inversiones chinas en la región y, sobre todo, levanten barreras a la participación de la controvertida firma Huawei en las subastas de la red 5G en sus países, a pesar de los riesgos para la seguridad de los datos que se trafican por la red y el espionaje (89).
En el enfrentamiento con Estados Unidos, China se presenta en los foros internacionales como víctima de la hegemonía estadounidense y como gran defensora de un mundo «multipolar» basado en la primacía de las organizaciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud y las Naciones Unidas, consideradas como el eje del deseado Nuevo Orden Mundial (90).
En un discurso pronunciado el pasado 20 de abril en la no Boao Forum for Asia Annual Conference 2021 -una especie de «Davos chino»-, el Presidente Xi Jinping afirmó que hay que «derrotar la pandemia mediante la solidaridad, fortalecer la gobernanza mundial y seguir buscando una comunidad con un futuro compartido para la humanidad», para lo cual es necesario «salvaguardar el sistema internacional centrado en la ONU». “Necesitamos», añadió, «desarrollar plenamente el papel clave de la Organización Mundial de la Salud (OMS)», adoptando medidas integrales «para mejorar la gobernanza mundial en la seguridad de la salud pública», y así crear “una comunidad global de salud para todos”
Tras recordar a los participantes que «el año 2021 marca el centenario del Partido Comunista de China», Xi Jinping dijo que su país «continuará la cooperación contra el Covid con la OMS y otros países, cumplirá su compromiso de hacer de las vacunas un bien público mundial y hará más por ayudar a los países en desarrollo a vencer el virus» (91).
Cabe destacar el uso continuado, por parte de la propaganda china y de otros, de “palabras talismán” («multipolar», «solidaridad», «gobernanza global», «futuro compartido», etc.) que adquieren un significado diferente y se usan para favorecer un trasbordo ideológico de la opinión pública hacia la aceptación sumisa de una autoridad supranacional que desconoce la soberanía de cada país. Esta agenda ha ganado un nuevo aliado en la persona del Presidente Joe Biden, que se ha manifestado a favor de suspender patentes de vacunas (92) y ha prometido reforzar la OMS (93).
Esta visión «multipolar» coincide en muchos puntos con el deseo del Papa Francisco de contribuir a la construcción de su soñada «globalización poliédrica» (94), que vería el fin del «orden atlántico» -vigente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y donde aún prevalecía cierta primacía de los restos de la civilización occidental y cristiana. Esta convicción del pontífice argentino de que el siglo XXI será el siglo de Asia, por el traslado al Extremo Oriente del polo de avance de la humanidad, es una de las razones que explica el reciclaje de la Ostpolitik y el acercamiento del Vaticano a China, que culminó con la firma de un acuerdo sobre el nombramiento de obispos.
Esta atracción por el Extremo Oriente se manifiesta incluso en sus nombramientos cardenalicios, con la concesión, en los siete consistorios de su pontificado, de trece capelos a prelados de la región asiática. Tal atracción es igualmente notoria en la encíclica Fratelli Tutti -como analiza perspicazmente Piero Schiavazzi en un artículo para el Huffington Post, refiriéndose a «una verdadera traslatio imperii» que el Pontífice «no sólo secundó, sino anticipó, pigmentando de púrpura y colocando el barrete o, si se quiere, el ‘capelo’, en los futuros equilibrios planetarios». Según dicho analista, «el ‘pivote hacia Asia’ de Francisco […] consiste en la conversión hacia el Este del eje preferencial de la política exterior. […] Un ‘librito rojo’, que se presenta como vacuna y antídoto contra el virus mutante del individualismo y el mercantilismo exacerbado, en los nuevos escenarios del mundo de la tracción -y la atracción- de Oriente» (95).
La consecuencia práctica del acuerdo China-Vaticano es que la Jerarquía católica oficial, sumisa al gobierno, no sólo ha caído bajo las garras de las autoridades chinas, sino que ha comenzado a contribuir a la glorificación del Partido Comunista Chino, en preparación para celebrar su primer centenario el próximo julio. El obispo Ma Yinglin -presidente de la Conferencia Episcopal (de la llamada Iglesia Patriótica) y uno de los obispos cuya excomunión fue suspendida por el Papa Francisco a raíz del acuerdo- subrayó, en un simposio en Pekín, que «sin el Partido Comunista no habría Nueva China, ni un socialismo con características chinas, ni vida feliz alguna para nosotros hoy». Por lo tanto, «la comunidad católica de China debe responder activamente a la iniciativa de amar el Partido, amar a la patria, amar al socialismo, apoyar firmemente la dirección del Partido Comunista de China, apoyar el sistema socialista con características chinas, seguir firmemente el camino del patriotismo y del amor, y adaptarse activamente a la sociedad socialista» (96).
Obviamente, este discurso procomunista, y la sumisión a las imposiciones dictatoriales del régimen, son rechazados por los Obispos, sacerdotes y fieles de la heroica Iglesia clandestina, que no aceptan la posición cismática del clero inscripto en la Iglesia Patriótica, reconocida por las autoridades.
En suma, el Gran Reinicio post-pandémico tiene muchas posibilidades de acabar, al fin y al cabo, en la decadencia de Occidente, especialmente de Estados Unidos, y en la extensión a todo el mundo de este modelo chino: una dictadura centralizadora digital inspirada en Mao Tsé-Tung y con las bendiciones del Papa Francisco….
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