Modelo de Gobernante para todos
los tiempos, Padre de la Argentina fundacional,
JUAN RAMIREZ DE VELASCO, GOBERNADOR,
CONQUISTADOR Y FORJADOR SOCIAL EN EL TUCUMAN Y EL RIO DE LA PLATA DEL PERIODO
FUNDACIONAL . Ponencia:
Por Luis María Mesquita Errea
Jornadas Histórico-Genealógicas
“Conformación de la sociedad Hispanoamericana” (Siglos XVI-XIX)
Organizadas por el Centro de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Córdoba
Córdoba, mayo de 2008
I. EN LA ESPAÑA DEL ÁGUILA
BICÉFALA
"…valiente
como el que más; prudente en sus juicios; respetuoso, justo y comprensivo; no
se rehusaba a ningún trabajo de la guerra; defendía al soldado y en la guerra actuaba a su lado como un
soldado más".
La foja de
servicios nos presenta la figura caballeresca de Juan Ramírez de Velasco,
impenetrable si no la analizamos con los parámetros de espíritu de aventura y
de grandeza propios del contexto histórico.
¿Y cómo era ese contexto? El del mayor
imperio que vio el Occidente cristiano, aunque no llevara nombre de tal,
simbolizado por el águila bicéfala de la Casa de Austria, extendida a Oriente y Occidente,
al Viejo y al Nuevo Mundo, cuyo sueño dinástico expresado en la sigla
A.E.I.O.U. (Austria est imperari orbi universi)
se hizo en cierto modo realidad con Carlos V y más aún con Felipe II -al
convertirse en legítimo Rey de Portugal: Las
circunstancias lo ponían en situación del mayor poderío y gloria como Señor de
un Imperio fabuloso nunca visto en el mundo.
Un imperio
católico y misional, cuyo titular era el Rey de España, pilar de la
Santa Liga formada por el Papa San Pío V,
cuya armada, comandada por su medio hermano don Juan de Austria, con la
intervención milagrosa de Nuestra Señora del Rosario de la Victoria, infligió una histórica
y decisiva derrota militar al poderío musulmán en el Mediterráneo.
Era la
España de la Contra-Reforma,
la de San Ignacio y Santa Teresa, dignamente representada por Felipe II, que
lleva a su apogeo el impulso de su bisabuela Isabel.
Esa España
emblemática y su gran Monarca deberán enfrentar el embate de la media luna del
poderío turco, sumado a las influencias y oposiciones del protestantismo y de la
revolución cultural humanista-renacentista.
Gradualmente se irá
perdiendo el fervor medieval y el espíritu caballeresco, sustituido por otro
que, admirador de la cultura greco-latina pagana, sin extinguir enteramente al
caballero de la
Reconquista, hará aflorar desbordes de brutalidad,
sensualidad y avaricia.
Las autoridades y
los mismos reyes se irán tornando centralistas
y absolutistas, reduciendo los poderes intermedios, convirtiendo a grandes
y pequeños señores en funcionarios de un estado burocrático, “tendiendo a
igualar a la antigua sociedad estamental en un mismo régimen de obediencia”.
La intemperancia renacentista, la pérdida de aquella inocencia y suavidad
marial que atemperaba el vigor del caballero, el maquiavelismo de la “razón de
estado” aliada a que “el fin justifica los medios”, y el individualismo
exacerbado será caldo propicio para querellas, odios y trapacerías incontables,
entre los protagonistas seglares y eclesiásticos de la Conquista y la
colonización.
En este contexto
de áureas luces y de densas sombras, los enemigos de la Cristiandad apuntarán
contra Felipe II la artillería que irá constituyendo la Leyenda
Negra, golpeando el Reino y la pujante Cristiandad
iberoamericana.
Ramírez de Velasco
se nos presenta en él como un señor
católico y tradicional de su época, consciente de sus deberes de buen
vasallo hacia “las dos Majestades”, Dios (el Papa, la Iglesia), y el Rey. Como
Isabel, es un representante de la
España de la
Cristiandad, opuesta al neopaganismo renacentista y al
erasmismo pacifista, corrosivo y afín al protestantismo.
Desde los 16 años sirve en el ejército formándose en la escuela militar orientada
por el Emperador. Combate en las campañas militares de Italia, Alemania,
Flandes y Portugal, alcanzando el grado de Capitán de la gloriosa infantería
española. Continúa sirviendo durante diez años en la Armada Real, como Capitán de
Mar y Tierra, escoltando la flota de galeones que desde España hace “la carrera
de Indias”. Suma 27 años de servicios.
Sabedor de su próxima
designación como Gobernador del Tucumán, se informa bien de la realidad de esa remota provincia en la que iniciará una
nueva vida con toda su familia.
Antes de partir,
quiere renovar el vasallaje familiar al Patrono de Sangre de “los verdaderos
Ramírez”. Los descendientes del Infante don Sancho de Navarra integran la Divisa Solar de Nuestra Señora de la Piscina Probática. Es una cofradía caballeresca fundada por el propio Infante para perpetuar
en la mesnada familiar el recuerdo de su participación en la
I Cruzada, epopeya que aglutinó a los
caballeros de la
Cristiandad convocados por el Beato Papa Urbano II, para
salvar las naciones cristianas y rescatar el Santo Sepulcro de los musulmanes.
Para renovar el
vínculo no se arredra ante las informaciones y probanzas que debe levantar para
probar su descendencia de los antiguos
Reyes de Navarra, ni ante los 800 km que deberá recorrer junto con su
primogénito, don Juan, para prestar el significativo pleito-homenaje. Tal costumbre medieval está aún viva en la España de los Habsburgo y
en sus reinos de ultramar; vincula un vasallo a su señor con un vínculo
personal, directo y generador de obligaciones mutuas de protección y apoyo, o
sella un compromiso como el del Alférez Real frente al Cabildo de resguardar el
estandarte empeñando su vida.
Al renovar el vínculo vasallático con el
Patrono quería reafirmar su obligación de cumplir con la misión familiar de la Divisa Solar,
de mantener el espíritu de cruzada, difundir la devoción a Nuestra Señora y
defender la Fe
católica. Antes de abandonar el suelo de la amada Península Ibérica, para
radicarse en el Perú, quería abrevar místicamente en las aguas de esta fuente
familiar de buena caballería.
Educado en la idea
de que el noble hidalgo debe servir por
estado al bien común, y sabedor de las buenas predisposiciones que pueden
encontrarse en las estirpes tradicionales llamadas a ejercer esa misión (a la
que el Papa Benedicto XV llamó “Sacerdocio de la Nobleza”)
logra Ramírez de Velasco atraer para su aventura de ultramar a varios caballeros para que se radiquen y
contribuyan a poblar, y sobre todo a elevar
el ambiente de su gobernación.
Más adelante escribirá a Felipe II: "Hallo en ella falta de gente principal. Traje conmigo siete u ocho
cavalleros conocidos que son Don Pablo de Guzmán, hijo de Luís de Guzmán, govemador que fue de Popayán, con su mujer
e hijos, e a Don Fernando de Toledo Pimentel, sobrino de Don Francisco de
Toledo, a Don Iñigo Ramírez, mi sobrino. E a Don Francisco de Argañaras. E a
tres hijos mios con otros
hidalgos muy honrrados. A Don Pablo téngole ocupado en la plaza de Teniente
General. E a Don Iñigo daré la de Maestre de Campo, por ser soldado, e a Don
Femando de Toledo, la de Alguazil Mayor, e a Don Juan Ramírez de Velasco, mi
hijo mayor, la de Alférez General. Todos
sirven sin salario.
La comida yo se la doy, o daré hasta que Va. Magd. sea servido mandarme dar licencia”.
Los antecedentes
citados son sintomáticos de la personalidad
de nuestro personaje y de la orientación que daría a su obra de gobierno, que
explican la diferencia que marca Roberto Levillier con respecto a otros
gobernadores, al hablar del “caballeresco Ramírez de Velasco”.
Y nos permiten entender
por qué los Cabildos del Tucumán, en diferentes ocasiones, destacaron su
condición de gobernante benigno, hombre de Fe, lleno de celo cristiano, que
acude a la defensa de la
Serranía de Salta a su costa y minción, padre de todos,
gobernador que desde su ¨feudo” –como le llama Levillier- mediterráneo, vigila
con diligencia las incursiones de los piratas protestantes –ingleses y
holandeses-, verdadero azote de la Iberoamérica castellana.
Acompañado
–también a diferencia de otros gobernadores, como Lerma, que vino solo- por “una mujer muy honrada y principal”,
como la llaman los Oidores de Charcas Cepeda y Lopidana,
caracterizada por su afabilidad y por el don de honrar a las personas, que
anima lo bueno y pugna porque se enmiende lo malo.
Entre lo que se
había de enmendar se contaban pobladores de vida escandalosa, vecinos o pobleros amancebados con indias, y
hechiceros que causaban no pocas muertes. Contra todo esto luchará Juan
Ramírez de Velasco de principio a fin, logrando resultados concretos y
positivos.
También le tocará
sufrir la mordedura viperina de la calumnia
y de los rumores, difundidos metódicamente por poderosos enemigos que lograrán malograr
fundaciones y proyectos que hubieran engrandecido al Tucumán. Quizás
influyeron, también, en la falta de apoyo de las autoridades de Madrid las tendencias absolutistas en boga,
difíciles de armonizar con la vocación
de autonomía de conquistadores
de su talla, reducidos a la calidad
de funcionarios removibles el día menos pensado por influjo de la poderosa
burocracia.
Pasemos ahora a
los hechos de sus gobernaciones.
II. GOBERNADOR DEL TUCUMÁN (1586-1593)
Socorro a Salta – Feliz llegada al Tucumán
1586: el primer
año de gobierno es de intensa actividad para el flamante Gobernador. Apenas
llegado a Charcas, los Oidores, ni lerdos ni perezosos, le endosan el pedido de socorro del Capitán Balero, de la Ciudad de Lerma (Salta),
bastión amenazado por una coalición de
lules y diaguitas.
Si bien el salario
que le correspondía de 4.000 pesos era acorde a la jerarquía de la función, no
había, al parecer, una orden expresa del Soberano para que le fuese liquidado
por las Reales Cajas de Potosí. De esta manera, debía actuar “a su costa y minción”, lo que exigía
un gran patriotismo (término en uso
en el siglo XVI) y espíritu de servicio. Situación frecuente entre los nobles
de la Conquista,
más aún entre los que ocuparon altos cargos, siguiendo una tradición que se
remonta por lo menos a los tiempos carolingios (s. IX).
A los ocho días de
tomar cartas en el asunto, a pesar de ser un ilustre gobernador recién llegado,
salía la expedición de socorro al mando del Capitán Diego García de Zambrano.
En ocho días más entraba en acción en Salta, retirándose los atacantes a la
serranía salteña, salvando el “bastión amenazado”.
Aunque ansioso por
llegar a su Gobernación, debe permanecer en La Plata un tiempo más, organizando una segunda y más costosa expedición para
entrar al Tucumán como corresponde.
Grande fue el
alborozo en Salta y no menor en Santiago del Estero, adonde llegó el 17 de
julio. La buena fama que lo precedía, su categoría y las esperanzas en su
futuro desempeño hicieron que la primera ciudad y capital se dispusiera a
recibirlo con honras de palio.
Ramírez de Velasco valoró la demostración de los esforzados vecinos
santiagueños, pero declinó el honor, por contrariar su noble sobriedad de
soldado. El delicado obsequio, de damasco carmesí precioso (y escaso!), fue a
su vez regalado a “una iglesia pobre” de la Península, seguramente
la de Estollo, su villa natal.
La “cuestión indígena”
A fin de año, con
dedicación que trasunta amor a la función, es capaz de elaborar un diagnóstico
de la problemática tucumanense que eleva a Su Majestad católica.
Será la base del programa de gobierno que comienza a ejecutar de inmediato y
seguirá hasta el fin de su gestión, como veremos.
Imaginemos las
carencias de todo orden que sufría este remoto paraje del Imperio. Lo afectaban
problemas en que lo material se entrelazaba con lo espiritual. Uno de los más
graves, el problema del indígena, se
presentaba complicado en sus dos ámbitos.
Entre los pacificados
se encontraban los infaltables indios amigos, que colaboraban con la obra de
gobierno de las autoridades y el impulso social y productivo de los pobladores
castellanos; pero otros lo hacían sin voluntad, quejosos de malos tratos que
recibían por parte de ciertos encomenderos, y desconformes con el hecho de
tener que trabajar ordenadamente, contrariando sus hábitos, para prestar una
contribución que resultaba imprescindible para la consolidación del orden
cristiano.
Aunque no se hayan
determinado bien las causas y la extensión del fenómeno, es un hecho que la
población indígena estaba disminuyendo. Enfermedades, trabajos excesivos,
debilidades congénitas de los naturales (de las que tenemos referencias
actuales), borracheras y otros vicios, fueron algunas de las causas.
A la par de los
indios amigos y cristianos existían incontables poblaciones de “indios de
guerra”. La historiografía tendenciosa quiere hacernos creer que el
establecimiento de los núcleos urbanos hispano-indígenas fue una especie de
excursión festiva; que la superioridad de armamento y la caballería ponían en
fuga a los indígenas belicosos como si fuesen liebres.
La historia del
Tucumán y el Plata demuestra hasta el hartazgo la capacidad bélica de los naturales, cuya condición más auténtica era
la de guerreros, dotados de gran coraje y de temible armamento, como las
flechas chiriguanáes que atravesaban las cotas, sin hablar de las tácticas llenas
de astucia y aún de engaños fatales, particularmente en las “guerras de
acechanza”. Los aborígenes prehispánicos se encontraban en estado de guerra
casi permanente entre sí.
Las devastadoras
guazabaras y los malones ponían en jaque ciudades, poblados y haciendas. Las cruentas incursiones de los indios del
Chaco dejaron un recuerdo de horror imborrable, y antes aún, en el Tucumán, los
calchaquíes aliados a otros pueblos de los Valles borraron del mapa las tres célebres ciudades fundadas por Juan
Pérez de Zurita -Cañete – Córdoba de Calchaquí – Londres- caídas bajo el furor
de don Juan Calchaquí y sus huestes (1562-3). En los tiempos más recientes del
Gobernador Abreu dieron pruebas de su belicosidad destruyendo otras tres efímeras
ciudades a las que diera el nombre de San Clemente de la Nueva Sevilla.
Pacificados los
diaguitas y calchaquíes por Ramírez de Velasco, los veremos rebelarse
nuevamente en las prolongadas Guerras Calchaquíes del siglo XVII, destruyendo
nuevamente Londres y otras villas, dejando el Tucumán devastado.
En los ataques
indígenas eran frecuentes los martirios de
sacerdotes –que reducían aún más su ya escaso número-, la profanación de iglesias, la matanza de poblaciones enteras de españoles o de indios amigos, el robo de
ganado y de cabalgaduras, que dejaban de
a pie y sin comida a los pobladores.
Era preciso regular
cuanto antes las relaciones entre indios encomendados y vecinos feudatarios, ya
que la encomienda era un pilar del
orden religioso, político-social y económico. En síntesis tenía por objeto
“encomendar”, poner las colectividades indígenas al amparo de un señor
cristiano, que debía velar por su integridad física y defensa, y brindarles los
beneficios de la religión católica y de la civilización cristiana; debiendo dichas
poblaciones aborígenes proveer cierto número de trabajadores como contrapartida, para que fincas y ciudades pudiesen
prosperar. Esto redundaba en beneficio de todos pues, como dice Levillier, los intereses de los vecinos feudatarios o
encomenderos eran los de la sociedad en su conjunto.
Debía Ramírez de
Velasco encontrar el punto de equilibrio para que ambas partes cumplieran sus
obligaciones. Sus acciones demuestran que lo tenía bien presente, aunque “su pecho cristianísimo” lo inclinaba a proteger al más débil, al indígena en vías
de inclusión social.
En cuanto a los
indios de guerra, en especial de los Valles de Calchaquí y Santa María, era
necesario en la realidad concreta –no la forjada por febriles mentes
“indigenistas”- hacer acatar la autoridad
real. Para ello hacía falta demostrar fuerza militar, garra y firmeza,
evitando desde luego la matanza. Impuesto o aceptado el poder real, entraban en
acción inmediatamente la diplomacia y el espíritu misional.
La “cuestión
indígena” estaba en el meollo de la problemática del Tucumán. ¿Cómo hacer que florezcan las ciudades sin tornar
productivas las haciendas, bajo la amenaza de constantes ataques?
El problema
afectaba directamente la subsistencia de la Gobernación. Y las
energías de los gobernadores se desgastaban haciendo frente aquí y allá a las
guazabaras indígenas, sin poder acabar con ellas ni desarrollar una verdadera
obra de gobierno.
Esfuerzo por contrarrestar tendencias que
despuntaban y obrar un cambio para mejor
A ello se sumaban problemas
de moral y buenas costumbres, en una época que ya no era la de la Cristiandad medieval. Epoca de crisis religiosa, de
antropocentrismo frecuentemente desordenado, de admiración a veces irrestricta por
las naciones paganas de la
Antigüedad clásica, con sus costumbres y mitología
desbordantes. La vida cotidiana agreste y dura, el cambio constante de autoridades,
la distancia de los grandes centros civilizados del Perú, la falta de mujeres
españolas y de medios económicos para dotar las que había, favorecía los desórdenes
propios del siglo, al soplo de la transformación cultural y tendencial en curso.
Lo más necesario para modificar el panorama,
pensaba Ramírez de Velasco, era reavivar y difundir la Fe católica, capaz de transformar almas,
mentalidades y costumbres, de elevar al indígena primitivo, y también al
poblador español, esforzado y creyente, pero afectado por los gérmenes renacentistas de orgullo y
sensualidad.
Para esa alta finalidad pide incansablemente al Rey sacerdotes y misioneros. Se da con que
la vida llena de privaciones los mantiene alejados del Tucumán, a lo que se suma la actitud del Obispo
Victoria, que los distrae de sus obligaciones por los insólitos negocios y
“granjerías” de Su Excia., llegando al extremo de emplear los ordenantes como
“baqueros” para sus operaciones comerciales. Conducta que motivará una severa crítica del Santo Arzobispo
Toribio de Mogrobejo, y una áspera reprimenda de Felipe II, luego de la cual
renuncia de veras al cargo y vuelve a España para morir poco después.
Al parecer logró el Gobernador la radicación de
religiosos y padres jesuitas, pero no en la cantidad necesaria. Fue un elemento
decisivo en la gran labor evangelizadora
y moralizadora que impulsó.
Expone
al Rey la problemática del Tucumán
A sólo cinco
meses de su llegada, el 10 de diciembre de 1586, como dijimos, escribe al Rey
una carta que Zenarruza califica de “documento valioso”, en
la que expone una veintena de problemas de diversa índole y gravedad, y las
soluciones que ya ha comenzado a implementar.
Uno es el de las hijas huérfanas de conquistadores, que dada la pobreza de la tierra
insuficientemente explotada carecían de dinero para su dote. La misma falta de
medios económicos lo hará renunciar a la idea (en 1590) de promover la
fundación de un monasterio para su
educación y guarda hasta el matrimonio. Ataca el problema de fondo promoviendo
mejoras económicas, y en casos concretos favoreciendo casamientos entre soldados y
doncellas, haciendo aportes personales para el sustento de los nuevos
hogares cristianos. No en vano es “padre de todos”.
El aislamiento de las ciudades da lugar a la acción
de partidas de indígenas forajidos que asaltan a los viajeros y se ensañan
particularmente con los indios amigos. Los testimonios denuncian la
imposibilidad de viajar de un punto a otro sin llevar un fuerte contingente
armado. Contra este mal emplea el remedio de los Reyes Católicos: crea e instruye a los Alcaldes de Hermandad para vigilar el ejido de los poblados. Pronto
habrá una notable mejora.
Resulta imprescindible dar aliento a la agricultura en una tierra en que no se explotan
metales preciosos. Emprende obras de riego para traer agua de los ríos, y
tambos, al estilo incaico, a efectos de almacenar granos para hacer frente a
tiempos de escasez. La Ciudad de San Felipe en el
Valle de Salta cuenta ahora con su primera acequia. Es el nombre que le da a la Ciudad de Lerma después de
labrar el juicio de residencia al siniestro personaje que aún pretendía
inmortalizar su memoria.
Le pesa la carga que significa para los indios el
uso de molinillos para moler los granos. Manda construir molinos de agua y, donde no se pueda, atahonas de tracción animal. Ambos son evocados por pueblos
epónimos de los Valles Calchaquíes y de la Provincia de Tucumán, respectivamente. ¿Se deberá
a esta medida en pro del indígena?
Para alivio de los viajeros, que deben recurrir a
la caridad de alcaldes y regidores, manda construir mesones para hospedaje.
Ampara la producción de cordobanes y cera, amenazados por un comercio indiscriminado, y dispone
severas medidas para aumentar y conservar la caballada, indispensable medio de labor, transporte y defensa.
Preocupado por las obras públicas y las necesidades de los vecinos pobres, organiza
turnos de mita. Colaboran los feudatarios aportando un indio de su encomienda
en los días requeridos.
Junto con el deseo de lograr sacerdotes evangelizadores, su otra gran preocupación es la
preservación y aumento de la población
indígena.
Es necesario frenar los abusos de malos
encomenderos. El traslado de encomendados a otras provincias con motivo de
expediciones comerciales, hacía que muchas veces se alejaran de su familia
contrayendo nuevos casamientos, ilegítimos, y cayendo en el vicio del alcohol.
Contra este mal, crea registros especiales a cargo de un juez o alcalde “de registros” o “de sacas”. El encomendero debe
depositar 100 pesos por cada indio que sale de la jurisdicción, y en cada
ciudad que atraviese deberá registrar su paso. Si cometiere infracciones
perderá la suma depositada y, según la gravedad del caso, podrá perder hasta la propia encomienda.
Le preocupa la persistencia de ritos paganos de hechicería, que perjudicaban la
catequesis, mantenían ceremonias degradantes y terminaban a veces en cruentos
delitos. La Justicia investiga a los hechiceros y comprobados sus crímenes detiene a más de cuarenta. Uno
solo había matado más de 20 indígenas, según su propia confesión. Toma contra
ellos medidas drásticas según la gravedad de los hechos, que escarmientan a los
que pretendían seguir practicando el tenebroso oficio.
Enemigo frontal del escándalo y de las ofensas públicas a Dios, a su paso por
las ciudades los escandalosos son desterrados,
o se van por su propia cuenta antes de que los echen. No faltan algunos
contumaces. Juan Bautista Muñoz vive con un pequeño harén de indias. Presintiendo la amenaza, se va al monte con sus
concubinas, pero además solivianta a un grupo de indígenas, rebelión que, como
pasto seco, puede arder y extenderse con consecuencias imprevisibles.
Ramírez de Velasco da órdenes –admirables- al
ilustre Capitán Hernán Mejía Mirabal,
conquistador de la primera hora. Le encarga haberle a las manos sin efusión de
sangre, autorizándolo, en caso extremo, a ejecutarlo a arcabuzazos (cosa que Muñoz había intentado hacer con un
fraile que el Gobernador le enviara por las buenas). Completa el cargo con instrucciones
secretas para que le garantice la vida si se entrega.
Mejía Mirabal cumple su cometido con su precisión
acostumbrada. Muñoz salva la vida y es remitido para su juzgamiento a la Real Audiencia de La Plata.
En el “documento valioso” que
venimos comentando se anuncian ya los magnos proyectos del Gobernador. Sueña, como magnánimo y realizador que es,
con una gran provincia del Tucumán a
la que se siente llamado a cincelar y gobernar, pidiendo que se le incorporen Cuyo y el puerto de Santa María de Buenos Aires, la vital salida hacia
el Atlántico que siempre buscaron los conquistadores del Tucumán. Será –espera-
fuente de progreso y prosperidad. Estaba bosquejando por primera vez la futura Argentina. ¡Cómo hubiese sido
distinta nuestra realidad de cumplirse sus anhelos!
Mira lejos: quiere ver consolidado el poderío del
Rey Católico desde Nueva Granada a Magallanes, anteviendo fundaciones que
piensa concretar él mismo. Con certeza que el paso interoceánico atraía al
Capitán de Mar y Tierra que viniendo ya como Gobernador, mientras Da. Catalina
acunaba en sus brazos a una niña de meses,
enfrentó exitosamente el ataque de un barco inglés del que logró escapar.
El impulso velasquiano se comunica a la Gobernación. Pocos
días después, el Cabildo de Santiago
del Estero elabora una sustanciosa reflexión
sobre las tres décadas de historia tucumanense y los motivos de fracaso de
tantas iniciativas.
Pondera que los gobernadores anteriores se han consumido unos a otros, y
que, cuando van conociendo la tierra, se los saca: “…es por aver sido tantos los capitanes y governadores y tan presto sacados de su govierno
a sido vuestra magestad deservido y esta
governacion muy vexada, porque quanto del tal governador yva abriendo los ojos
y conociendo la tierra y jente della
/ y su manera de govemar / eran privados de los cargos/// no pudieron ni se a
podido descubrir lo que la tierra tanto
a prometido de sus riquezas y los pobres
conquistadores y naturales an padecido y sentido estos naufragios…”.
El memorial elogia la
obra y ejemplo de vida de Ramírez de Velasco, cuya prórroga en el gobierno pide insistentemente. ¡Cuánta falta
tenía el Tucumán de que un buen gobernador deshiciera los horrores vividos
durante el gobierno de Lerma, y los desatinos fatales de Abreu!
Y aquí cabe preguntarse por qué los
gobernadores y los propios vi-reyes eran aves
de paso, funcionarios removibles en cualquier momento… Es un misterio de la política del gran Felipe
II. Probablemente se debiera a las influencias y prevenciones de raigambre absolutista que, según todo indica,
campeaban en el Consejo de Indias, opuestas al engrandecimiento de la Nobleza de Indias.
Por el contrario los Cabildos de estos sufridos “reinos” pedían desde el primer momento
que se prorrogara el mandato de Ramírez de Velasco, ganados por su vida honesta y sin boato que impone
buenas costumbres. Al mismo tiempo, describían los males que causaba la pérdida de las encomiendas, que también
eran concedidas temporariamente y no a perpetuidad, como quería el Virrey Toledo
y otros estadistas. Ambos fenómenos tenían un mismo telón de fondo.
Campaña
a los valles calchaquíes (1588)
La vital campaña fue preparada por un militar de
alta escuela como Ramírez de Velasco, optimizando con maestría los hombres y
recursos de que disponía. Tenía en vista pacificar los belicosos calchaquíes, y
luego a los omaguacas y casabindos, y lograr que prestaran la obediencia al Rey
Católico, cumplieran sus deberes con los encomenderos y volvieran a ser
cristianos.
Salió del bastión salteño en marzo de 1588: "En nombre y servicio de V. Mgd. voy caminando con exercito de ciento españoles y seiscientos yndios
amigos, a la ciudad de Salta valle de calchaqui y
provincias de Omaguaca y casavindo, con pretensión de que aquella gente de tantos años tiranizada,
se restituya en nuevo conocimiento de la fee, servicio y
obidiencia de V.
Md…”.
Sufrió reiterados ataques de los calchaquíes,
expertos guerreros, a los que respondió de manera a hacerse respetar y
tomándoles prisioneros. Con éstos, mandaba mensajes a los jefes, refugiados en
las cumbres inaccesibles, invitándoles a dar la paz, con promesas atrayentes y veraces.
Así, comienzan a llegar a su campamento caciques de
diversas parcialidades, y hasta un pintoresco indio viejo que se presentó como
el Inca Manogasta. Lo acompaña como
Capellán uno de los grandes misioneros de Indias, el experto en lenguas
indígenas y fervoroso evangelizador, Pe. Alonso de Barzana, S.J.
Sus triunfos militares y diplomáticos dan
importantes frutos: vienen a dar la paz los propios hijos de don Juan Calchaquí, el cacique que, cuando fue amigo de
los españoles, les permitió edificar ciudades, y cuando se convirtió en enemigo,
las destruyó implacablemente. Le comunican una novedad importante: en ese
preciso momento están en guerra contra indios diaguitas “advenedizos”, oriundos
de Quinmivil, la región donde Zurita poblara Londres, quienes tenían
fortificaciones levantadas para atacar y defenderse de los calchaquíes.
Tal oferta –dice Zenarruza- la consideró como una ayuda prestada por el Altísimo,
que impresionó a su espíritu religioso.
Sin daño alguno para su gente, rendíanse ante sus fuerzas, los Calchaquíes, el pueblo de mayor
civilización en el Tucumán, de una bravura tal que, el solo nombrarlos, traía temor al corazón del conquistador
más aguerrido.
Silpitocle
y los suyos sellan alianza con Ramírez de Velasco ofreciendo la paz y sumisión
al Rey y ayudarle con sus guerreros contra los diaguitas, que siendo más numerosos,
los tenían a mal traer. Juntos avanzan formando un imponente “campo”. La batalla con los diaguitas es
sangrienta, pues la venganza es
tradición indígena como fue de los bárbaros germanos, ajenos a nociones de
misericordia y perdón. Los “advenedizos” son expulsados del Valle, sin bajas
cristianas.
Ramírez de Velasco invita a un estratégico y
cristiano intercambio. El hermano de
Silpitocle vendrá acompañado por un séquito de caciques a visitar la “civitas” del Tucumán, “…para que viese estas ciudades q. V.
Magd. tiene pobladas en
esta govemación y la fuerza de la
gente dellas y tratamiento que los
españoles hazen a los naturales y la servidumbre dellos, para que buelto a
su tierra diesen a entender lo bien que les esta el ser cristianos y servir a
Dios y a V.M.” . Esta política abierta
de mostrarles la realidad a los
naturales desmiente muchos infundios que hacen circular hoy los enemigos de la
verdad histórica y de la colonización española.
Y en el valle se quedará el incansable Padre
Barzana, catequizando y bautizando
un total de nueve meses.
La experiencia es bendecida por la Providencia. La
evangelización progresa definitivamente –aunque no sin altos y bajos- en los
valles. El hijo de Calchaquí visita Santiago. Se emociona con los ritos y cánticos de la misa. Visita las
encomiendas. Se hace cristiano.
Como era de práctica entre los conquistadores,
recibe un tratamiento acorde a su rango.
Ramírez de Velasco lo obsequia con lo mejor que tiene. Vestido de seda, el
príncipe vuelve a sus valles, con su séquito de jefes y una guardia de indios
amigos de Santiago. Su experiencia, transmitida a una gran junta de indígenas
del Valle, apuntala la labor del Padre Barzana. La Cristiandad
se va abriendo paso poco a poco en una tierra que vivía angustiada. El viejo
anhelo de Toledo, cumplido en parte con la fundación de la ex ciudad de Lerma,
se completaba con el aseguramiento de San Felipe en el Valle de Salta. Las
encomiendas comenzarían a funcionar creando condiciones para la autonomía y el
progreso posible de la ciudad que, hasta entonces, de ciudad tenía sólo el
nombre.
Y todo esto logrado, aunque cueste creerlo, sin
perder un solo hombre ni un solo indio amigo de su ejército. Con razón había
escrito a Felipe II: "Ya
tengo escrito a V. Magd el buen suceso del q. dios Ntro Sr. fue servido de darme en
el valle de Calchaqui con traelle de paz sin perdida de un hombre del campo de V. magd españoles ni yndios cosa de admiración
por los continuos estragos que siempre a hechos en los governadores que allí
an entrado de veinte y ocho años a esta parte…”.
“Vernán
los naturales a servir a la Santa Madre
Iglesia”
Las fundaciones acometidas por el brioso gobernador
llevarán el mismo sello que la campaña de Calchaquí. Envía al Capitán Gaspar de Medina hacia el S a fundar
Nueva Sevilla sobre el Río Quinto, como un primer
eslabón de la cadena de fundaciones que pretende hacer llegar hasta
Magallanes. Pero sus enemigos propalan rumores de que pronto llegará el nuevo
Gobernador y la expedición, privada del necesario apoyo, queda malograda.
A todo esto, ya puede dejar consignado en sus
cartas, coincidentemente con numerosos testimonios: que la Gobernación ha sido
conquistada, es decir pacificada, y que ahora se va a Potosí sin armada.
Así lo informa el Cabildo de Santiago: “…por lo
cual tiene esta governación muy de paz y va
un ombre de potosí a chile sin riesgos/ cosa
que cuando el entro eran menester quarenta
ombres bien armados para ir con seguridad…”
Se había roto el aislamiento de décadas y avanzaba
la seguridad. Un logro no menor para el avance de la región, aunque no durará
todo lo que Ramírez de Velasco hubiese querido.
Interesa el concepto constructivo de conquista del
Gobernador, quien espera que, beneficiadas por esa paz, las ciudades salgan a
recorrer la tierra de su jurisdicción “y así vendrán los naturales a servir a la Santa Madre Iglesia”. Es
propiamente un hombre compenetrado del espíritu del Estado misional el que habla, como definió el Padre Cayetano
Bruno, S.D.B., al Hispanorum et Indianorum regnum.
En esta línea también
atendió el problema de los indios que vivían en jurisdicción de la ciudad de Nuestra Señora de Talavera. Por vivir en lugares alejados, unas tribus de otras, era
difícil a sus encomenderos atenderlas debidamente. Ordena que todos los
naturales sean reducidos en un paraje a orillas del Río Pasaje, donde abundan pasturas, agua, leña y pesca.
Poco después, 185 indígenas contaban con todo lo necesario para su sustento, y recibían el adoctrinamiento de los sacerdotes, quienes
podían cumplir su ministerio por estar los naturales reunidos y no dispersos,
como lo habían estado hasta entonces.
Fundación
de La Rioja
(1591)
Como el Virrey Toledo y los grandes prohombres
españoles, aflora en la correspondencia de Ramírez de Velasco esta frase
definitoria: “si lo que se pretende
es la salvación de esas almas…”, asunto que, de acuerdo al historiador jujeño
Jorge Zenarruza, constituía una “obsesión” del Gobernador.
Con la misma idea princeps de establecer o
consolidar el poder hispano-cristiano prestando el mayor servicio posible a los
indígenas se propone refundar una ciudad en la jurisdicción de la desaparecida Londres.
No existían fondos de la Corona para costear todo lo
que significaba una fundación. Por modesta que fuese, era preciso contar ante
todo con pobladores decididos a
radicarse en la futura ciudad, a soportar todas las carencias, a exponer su
vida y la de su familia. Era necesario llevar muchísima hacienda y en especial caballos,
para tener qué comer y cómo moverse. Había que organizar todo un sistema productivo, desmontando y
plantando especies de Castilla que debían no sólo ser traídas de otro lugar
sino aclimatarse al nuevo. Se necesitaban carretas
para llevar forraje, bastimentos, herramientas, hierro, pólvora, estacas,
plantines y semillas, algún mobiliario, documentos y un sinfín de cosas. Y para
todo era necesario dinero, ya que la
población debía ser sostenida por alguien hasta que comenzara a funcionar el
ciclo agrícola-ganadero a inaugurarse.
Quien aportó los fondos para una empresa de bien
común de la que esperaba lograr legítimas ganancias materiales, fue el Capitán Blas Ponce, conquistador con
vasta experiencia en la región, venido con Pérez de Zurita. Firmó Capitulaciones con el Gobernador Ramírez de Velasco por las
cuales se comprometía a sostener la ciudad durante cuatro años,
obligándose a gastar una suma no inferior a seis mil pesos por cada año, para, entre otros destinos, pagar el salario de los soldados y la
limosna al sacerdote.
A cambio de este aporte imprescindible, se le
concedían importantes privilegios. Era sin duda un benemérito, ya que su aporte permitía crear un nuevo foco civilizador
y evangelizador, que arriesgaba su capital por compartir los propósitos y con
la expectativa de importantes rendimientos.
En camino hacia Londres, con el esfuerzo ímprobo de
ir “talando montes y haciendo caminos”, donde sólo existían sendas en el mejor
de los casos,
se entera Ramírez de Velasco de la existencia de poblaciones indígenas al E del
cerro que un día llevará su nombre. Se orienta hacia Sanagasta y Yacampis,
donde tiene contacto con los indios lugareños.
Un prohombre liberal decimonónico no tuvo reservas
en expresar su sentimiento de “asco” por el indígena. Para Ramírez de Velasco, al
contrario, los indios que había encontrado eran “gente gallarda y bien vestida”. Dio un rebato o simulacro de
ataque tomando algunos prisioneros, considerando que, ante la desaparición de
Londres, era necesario hacer una demostración de fuerza. Pero no tardó en
ponerlos en libertad, ordenando que nadie se atreviese a quedarse con objetos
de los indígenas, “por
que los naturales entendiesen que no se
venia a hazerles mal sino bien”.
Como se acostumbraba en la sociedad orgánica,
muchas decisiones eran participadas, especialmente
con las personas más caracterizadas, de mayor jerarquía y experiencia. Así,
luego de recorrer personalmente la zona de Yacampis con los futuros pobladores,
encontraron el lugar adecuado para fundar la Ciudad de Todos-Santos de la Nueva Rioja. “…y
auiendo su señoría en persona buscado sitio y lugar cómodo y suficiente para fundar y poblar esta ciudad se hallo este lugar y
tubo noticia y aviso no auer otro mejor y el acuerdo y boto y parecer del maese
de campo blas ponce y capitanes y soldados
del campo fue que su señoría poblase y fundase en este asiento la ciudad…”.
Consta que había llegado a la misma “con numero de setenta hombres y setecientos y cinquenta cauallos de
guerra y carga y catorze carretas y ciento y beinte bueyes y mucho ganado de
cabras obejas y carneros y otros pertrechos de guerra y bítualla y su señoría
del señor gouernador traxo para su persona y servicio ochenta y quatro cauallos
y bastimento…”.
No omitió el fundador dejar constancia de su
homenaje a la Serenísima
Reina de todos los Santos, y comentar, en su
posterior correspondencia, que puso la nueva ciudad bajo la advocación de los
Santos por honrarlos y cumplir con todos,
porque le brindaran su protección y para honrar a La Rioja española, su terruño natal y el de su linaje paterno, donde poseyera el Infante
Don Ramiro Sánchez de Navarra sus tierras y Señoríos, y donde hiciera construir
la Iglesia de
Ntra. Sra. de la Probática
Piscina.
Fue ésta la ciudad que fundó personalmente y con la
que mostró esa especial identificación, queriendo reproducir en suelo americano
la tierra de sus padres.
Dejó constancia en el acta de fundación –áurea y
venerable pieza documental- de algo que interesa mencionar, y es el hecho de
encontrarse “en este valle que llaman de yacampis
quatro leguas de sanagasta y diez de famatina”, yacimiento de metales
preciosos conocido en el Tucumán desde remotos tiempos.
Por eso sorprende la versión difundida por algunos
historiadores que no hicieron gala de criterio ni rigor científico, y acogida
por autoridades poco celosas de la verdad histórica, de que Ramírez de Velasco
se habría “equivocado”, creyendo
estar al pie del Famatina. Es un ejemplo más de hasta qué punto se desvirtuó y enajenó nuestra historia
temprana, quizás por temor a que en
ella despuntasen grandes hombres y auténticos valores de civilización
cristiana. Los “hombres del asco al indio”, secundados por otros más recientes,
menos capaces y de visión más deformada, que adoran al indio pagano y odian al
cristiano, nos legaron esta historia
tuerta, que felizmente hoy se va aclarando, como una voz de la Tradición que vuelve.
Es bella la épica escena de que da cuenta el testimonio
del Escribano Luis de Hoyos: Ramírez de Velasco, a quien imaginamos resplandeciente de “santa embriaguez”
fundacional, recibe el símbolo de la gobernación y de la ciudad, el estandarte
real, de manos de su hijo primogénito, el Alférez Mayor, y le campea tres veces
“…diziendo españa españa españa y estas prouincias y ciudad de todos sanctos de la nueua rríoxa
por el católico rrey don felipe nuestro señor”.
Un nuevo pilar de la Argentina fundacional
estaba levantado para siempre.
Nuevas
fundaciones – celo cristiano y fee
Una nota saliente de nuestro personaje, como hemos
visto, es su afán fundacional. No lo desalentaba la falta de cobro de su
salario ni la escasez de hombres y de recursos.
En el N de la Gobernación existía un
punto estratégico, la Junta
de los Caminos. Pese a la innegable mejora de la seguridad general, las
caravanas y viandantes seguían sufriendo ataques de salteadores indígenas. Esto
lo lleva a enviar al Capitán Jerónimo Rodríguez de Macedo para fundar la Nueva
Villa de Madrid, el
día de la Purificación
de Nuestra Señora, 2 de febrero de 1592.
En estos actos se refleja naturalmente su devoción a la Madre de Dios, Patrona
de la Divisa Solar
de los verdaderos Ramírez, cuya intervención en nuestra historia fundacional,
en las Invasiones Inglesas y en la batalla de Tucumán le ha merecido gloriosos
títulos de Reina, Amparo, Fundadora y Generala. Esto, tan claro para él,
Fernando de Mendoza Mate de Luna, Liniers y Belgrano choca frontalmente con los criterios naturalistas, positivistas y
materialistas que inspiraron la mayor parte de la historiografía argentina.
También dirige por entonces (1592) su mirada pobladora
al impenetrable Chaco, a las ventajas de fundar un enclave allí y a la multitud
de indígenas paganos a convertir, que eran “tanta gente como avena”.
Al poner sus miras en la región Noreste de la gobernación del
Tucumán para fundar en ella una ciudad
de españoles, se propone –de acuerdo a Zenarruza-
garantizar el comercio entre Potosí
y el Paraguay para que pudiera llegar la mercadería por
vía de agua hasta el puerto de
Buenos Aires, que ofrecía mejores posibilidades para orientar el comercio desde el Perú a España, y viceversa.
La ciudad que piensa erigir se llamará Nueva
Logroño, en renovado tributo a la tierra riojana de sus ancestros, para iniciar
la conquista del Chaco Gualamba. Los terribles indios del Chaco eran multitud,
y la región era conocida como “el infierno verde”. ¿Cómo establecer allí una
población duradera, con las 6 decenas de soldados con que contaba? Tal vez
confiaba el Gobernador en la grandeza y
bravura castellana multiplicada por la protección del Cielo.
Lo cierto es que la expedición vino de vuelta sin
cumplir su cometido, argumentando su jefe, el Cap. Pedro de Lasarte, que “por las muchas
ciénagas pantanos rrios aspereza de montes no pudieron pasar,/ tomaron lengua de la tierra
examinando muchos yndios que
tomaron sus circunvecinos/ los quales declararon aver tanta gente como avena…”; “y creo –concluye con gracia Ramírez de
Velasco- que la aspereza del camino fue
miedo/ y asi se bolvieron”.
Fue una frustración para él,
que hubiera querido ir personalmente. Más aún porque pensaba que el fracaso se
debía a noticias que circulaban
anunciando su relevo. Pero no por eso aflojaba: "la nueba que hubo del nuebo govierno me
deshizo este año la población de chaco de que tengo dado aviso a V.Magd. porque la gente que yba de
mala gana no ubo menester mas ocacion para huyrse/// si por agosto puedo juntar otros ochenta hombres yre
en persona a ello que de otra manera no sera posible, a todo acudiré con el cuidado y diligencia que como leal
vasallo debo”
El Cabildo
de Santiago del Estero advierte al Rey que hay, poseídos de “ánimo diabólico”, destructores de la obra de este Gobernador
lleno de celo cristiano y de Fe. Pronto se le une el de la Nueva Villa de Madrid.
Entretanto, aquél sigue adelante con sus campañas
conquistadoras, dirigiéndose al Famatina,
como lo prometiera al fundar La
Rioja, a buscar las minas que se labraban en tiempos del
Ynga. El mejor fruto fueron los indios que salían de paz: pueblos ganados
para la Patria
y la Fe que hoy
mantienen fielmente.
A las calumnias y rumores responde reafirmando la
envergadura de su obra. Consciente de los servicios prestados y de los bienes
alcanzados, pide al Rey un hábito de
Santiago y el título de Adelantado.
Desde su sillón de gobernador del Tucumán, este
“fiel servidor de su Señor” (como en la obra de F. Grillparzer),
atraviesa mentalmente los llanos, las selvas y las cordilleras al este y al
oeste, y fija su mirada escudriñadora en las costas sin fin de ambos océanos,
amenazadas por las potencias enemigas. Le llegan noticias de que el Brasil (por
entonces legítimamente perteneciente a Felipe II) ha sido atacado por una
fuerza de 1500 ingleses, quince veces superior en número a los ejércitos de vecinos
del Tucumán. Denuncia el peligro y propone medidas, creando conciencia
defensiva y sentido de unidad. Según la urgencia, mandaba “mozos de espuela” a sus Tenientes, para que, una hora después de
recibir la correspondencia, la reenviasen a la Real Audiencia de La Plata, debiendo entregarla a
su Presidente bajo las debidas constancias de fecha y hora.
No era precisamente la “siesta colonial” que pintaron ciertos autores para adormecernos.
Jujuy:
cerrando el ciclo fundacional del Tucumán
(1593)
Por tratarse de lugar estratégico para la
comunicación del Tucumán con Potosí, Charcas y Lima, varios intentos se habían
realizado de fundar una ciudad sobre el camino de entrada al Tucumán por la Quebrada de Humahuaca.
El Virrey Toledo, viendo que el Gobernador Abreu no
cumplía ese mandato, se lo había encomendado a Pedro de Zárate, dándole poderes
especiales ante la circunstancia de hallarse Abreu en funciones. Zárate concretó
la fundación de San Francisco de Alava pero fue víctima de un engaño de Abreu, quien, para disimular
su propio fracaso, lo llamó y entretuvo en Santiago del Estero. En el ínterin,
las escasas fuerzas españolas de Alava fueron eliminadas, salvándose unos pocos
a uña de caballo.
Bien presente lo tenía Ramírez de Velasco, y no
queriendo dejar pasar la oportunidad delimitó su jurisdicción, hizo la traza de
solares y encomendó una nueva fundación al prestigioso Capitán Pedrero de
Trejo.
No logrando éste la gente necesaria, Mejía Mirabal le dio la idea a su yerno
don Francisco de Argañarás y Murguía de hacerse cargo de la fundación. El
entusiasmo de don Francisco venció todos los obstáculos. El presagio de quienes
querían impresionarlo diciéndole que dejaría la vida en la empresa, actuó de
acicate, y Ramírez de Velasco vio con muy buenos ojos que fuera uno de aquellos
7 ú 8 caballeros que trajera de España para elevar el
ambiente, su “lejano deudo”, quien asumiera la importante misión.
Para concretarla, debía hacer los aportes de
práctica tomando el dinero de su hacienda para comprar los elementos
indispensables: armas, caballos, bueyes, bastimentos, pertrechos de guerra,
herrajes, etc. Y es así como un día del mes de abril de 1593 llegaría al Valle
de Jujuy una cantidad nunca vista de 18 carretas cargadas con todo lo
necesario, brindado por un gentilhombre en cuya estirpe la generosidad era tradición familiar.
En la provisión, le recomienda especialmente el
Gobernador a su vasallo el buen trato de los indígenas: “procurando y dando
horden a que sean bien tratados y reducidos y congregados, vengan a
conocimiento de Dios nuestro Señor y tengan doctrina y bautismo…”, afirmando el
interesante principio de que “con la comunicación de los cristianos se
corregirán y enmendarán…” de sus idolatrías.
El acta fundacional se labra el 19 de dicho mes y
año, y por ser segundo día de Pascua se bautiza la ciudad con el nombre de San
Salvador de Velasco en el Valle de Jujuy. El documento es una ilustrativa pieza
maestra, llena de enseñanzas, de aspectos épicos como las “terribles zancadas” que da el fundador para ver si alguien se
anima a contradecirle la fundación, la finalidad misional, el reparto de
tierras y solares, el paseo del estandarte y los regocijos, acompañado por
mucha gente de a caballo, que deberá renovarse cada año para evocar el magno
acontecimiento y expresar la fidelidad al Monarca; la designación de alcaldes y
regidores y la entrega de las varas, que también deberá hacerse cada año, luego
de oir Misa del Espíritu Santo para pedir
sus luces en la elección de los nuevos cabildantes. Se oye misa en un edificio
que ya se encuentra de pie, e inmediatamente comienzan a sesionar sus mercedes
del Cabildo, Justicia y Regimiento.
Es imposible no admirar el orden y la tenacidad
españoles, capaces de fundar exitosamente una ciudad en un descampado, con toda
puntualidad y ceremonia, que
comienza a latir de inmediato y para siempre –si logra subsistir, como en este
caso.
Ramírez de Velasco tuvo la alegría de vivir la
concreción definitiva de esta vital fundación, a sólo días de entregar el
gobierno a don Fernando de Zárate, el nuevo Gobernador que S.M. había
designado. Quién sabe qué hubiera ocurrido con Jujuy de no haber ejecutado Don
Francisco de Argañarás y Murguía en tiempo record su designio. Sin duda el
amparo del Divino Salvador se hizo sentir en esta ciudad puesta bajo su advocación
por los viriles guerreros que habrían de defenderla como David frente a Goliat,
enfrentando victoriosamente a los miles de indios de guerra de los alrededores,
que habían borrado Nieva y San Francisco de Alava.
Honroso
fin de una etapa
Debe haber sido doloroso para Ramírez de Velasco
dejar la Gobernación
del Tucumán; pero su correspondencia no
contiene dejos de amargura ni frustración. Se limita a reclamar lo que le
corresponde, a pedir lo que considera justo y conveniente para su proyecto de
gran Gobernación y para sí, y a estar a derecho en su residencia. Hidalgo hasta el fin, tiene aún
palabras de encomio para su reemplazante, elogiando su valor, discreción y
espíritu caballeresco.
La sabia institución castellana del juicio de residencia daba lugar a que
todos los vecinos y moradores, y otras personas que se considerasen agraviadas
por el Gobernador saliente, hicieran las denuncias que quisieran en su contra
–fundadas o no- ante el juez de residencia, que era el nuevo Gobernador o algún
Teniente que actuara por delegación.
Con su acostumbrada hidalguía, se sometió a un
juicio del que, en su caso particular, estaba eximido de hacerlo. Seguramente
por tener la conciencia limpia, y tal vez también por hacer méritos ante el Rey
para lograr las grandes retribuciones a las que aspiraba, no hizo uso de la
Real Cédula en que S.M., teniendo en cuenta
los antecedentes del Tucumán -donde anteriores gobernadores se habían consumido unos a otros- , le
concedía el privilegio de librarlo de tal juicio.
Esto le significó grandes molestias adicionales.
Terminados sus casi ocho años de
gobierno, aún no había percibido sus salarios,
habiendo mantenido su Casa con adelantos dados a cuenta por los Oficiales
Reales de Potosí, otros préstamos –comunes en la época- y el fruto de las
encomiendas de Soconcho y Manogasta –especie de “propios” de los gobernadores,
como tenían los Cabildos-, del que dispuso por algún tiempo, y el de las
encomiendas que en uso de sus atribuciones legítimas de gobernador y fundador
puso a su nombre.
Probablemente tales ingresos resultaron totalmente
insuficientes para costear los enormes gastos de guerra, expediciones, adecuado
tren de vida, donaciones a huérfanas de conquistadores y obras de caridad y
sostén de su casa, que incluía 32 personas traídas de España.
El juez de residencia recibió numerosas denuncias,
como era habitual, más luego de casi ocho años al frente de la Gobernación. La
rectitud de Ramírez de Velasco y el combate a abusos y malas costumbres, le
habían granjeado el odio de aquellos que, “con ánimo diabólico”, al decir del
Cabildo de Santiago, querían destruir su obra. Asimismo, las imperfecciones y
defectos del Gobernador, que sin duda los tenía, y asoman en su
correspondencia, tuvieron su parte.
Las acusaciones son del tenor de haber recibido de
Blas Ponce y otros mucha hacienda en vino, miel, turrón y trigo, que en
una ramada hizo azotar a un indio, que en Manogasta su hijo le quitó ovejas a
los indios y las dio a dos perros pastores, que trató mal a Lope de Quevedo,
que fundó una estancia de ganados en Salta, que recibió cosas de comida de
diferentes personas. Imputaciones de hechos considerados graves en la época son
casi inexistentes, y el juez, el Contador Pedro de Ribera, no acogió ninguna.
Al fallar, desechó algunos cargos, acogió otros, y lo condenó finalmente a una multa de dos
mil pesos corrientes.
Quizás las residencias
hubieran sido más justas y proporcionadas si, a la par y sin perjuicio de
las penas, se hubiesen establecido premios y retribuciones proporcionales a los
servicios prestados. ¿Cuál habría sido, en justicia, la retribución debida a
quien dejara fundadas tres ciudades en una gobernación que sólo constaba de
cinco, ganando para Dios, la
Iglesia y la
Cristiandad tantos miles de indios, consolidando de tal
manera la sociedad de ese “reino” de 700.000 km2 en el orden político social, cultural y
económico, sin cobrar su salario durante toda su gestión?
Pero en la austera y algo dura España del siglo
XVI eran muchos los nobles, hidalgos y misioneros que debían contentarse con
alguna promoción graciosamente concedida por el Rey, bajo influencia del
poderoso Consejo de Indias. Era normal, por la circunspección de Felipe II y la
lentitud de las comunicaciones y resoluciones, que las recompensas llegaran
tarde o no llegaran nunca. Y esto era aceptado con cristiana resignación por
hombres como Ramírez de Velasco, o a veces originaban reclamos vigorosos y aún
ásperos de parte de los Cabildos, sin que esto amenazara el estandarte real pues “el ánimo y fidelidad en defenderlo no se
puso a prueba en siglos”.
Apelada la
sentencia por Ramírez de Velasco, la Real
Audiencia de Charcas, el 25 de octubre de
1594, falla definitivamente. Reduce la pena a sólo doscientos pesos corrientes, con la salvedad siguiente: “…y no mas /y con esto declaramos que el dicho
govemador Joan rramirez de velasco husó
el dicho ofizio como buen gobernador e Juez limpio y rrecto haziendo
Justizia a las partes acudiendo a las cosas del servicio de su magd. y aumento de su rreal hazienda y
conservazion de los vezinos de aquellas Provinzias, y de los naturales. Y que
aumento la Poblazion
con los Pueblos que fundo. Por
lo qual es digno de remunerazion y que su magd. le ocupe en cosas de su
servicio y le haga merced.
Según afirma Jorge Zenarruza, tal sentencia
lo reconoce como el mejor Gobernador que tuvo el Tucumán.
Ramírez de Velasco, alborozado, escribe al
Rey cinco días después: “…pues me an dado el mas honrado final que se a dado a governador en las
yndias”, anunciándole que con la sentencia de los Oidores y una
información “de mis servicios me partiré a vesar los pies a V. Magd aunque me hallo ynposibilitado de plata por lo mucho que he gastado en poblar a
V.Magd. tres
ciudades y en traer a conocimiento de dios mas de doscientas mill animas sin
gastar un real de la hazienda de V. Mgd ni averme muerto un hombre de su campo
y aber descubierto la mayor riqueza de minas de plata que ay en las Yndias…”.
Probablemente magnificaba en
parte los acontecimientos para obtener mercedes que le correspondían, conforme
a la evidencia, ratificada por el fallo de la Real Audiencia, y que no
llegaban. Los hechos, en esencia, eran reales, aunque la cifra de 200.000
indios pueda parecer excesiva. En cuanto a las minas de plata, hay que verlo de
acuerdo a los elementos de juicio con que él contaba y no con los que contamos
hoy. Sin duda tenía en cuenta los testimonios recogidos en la información que
hizo levantar en Santiago del Estero, en particular del Escribano Tula Cervín,
que documenta el gran tributo y remesa que los diaguitas enviaban anualmente al
Inca. Las cargas de metal precioso eran tan grandes que requerían cuatro turnos
de portadores en angarillas de más
de dos mil indios.
III. GOBERNADOR DEL PARAGUAY Y RÍO DE LA PLATA
Es una pena que no se
hiciera lugar al pedido de Ramírez de Velasco de concederle el título de
Adelantado del Tucumán y de Marqués de una de las dos ciudades que debía fundar
para tener derecho a ello. Le hubiese dado realce a toda la región y
significado el beneplácito real para llevar a cabo sus grandes proyectos. Son
éstas frustraciones de las que en nuestra historia no faltan. El título no fue
concedido, y la obra no se pudo hacer. Algo importante murió antes de nacer.
No obstante, Ramírez de
Velasco no muere en el olvido y aún le falta camino para recorrer. Recién, cuando Ramírez de Velasco se
instala en la ciudad de La Plata,
y puede exponer ante los Oidores de la Real Audiencia, en
persona, la naturaleza de los problemas existentes en la gobernación que había
dejado y cómo había ido resolviendo aquéllos cuya solución estaba en sus manos,
fue cuando las autoridades de Charcas y Lima advirtieron el verdadero
valor del Gobernador
saliente, nombrándolo el Virrey del Perú, Gobernador de las Provincias de
Paraguay y Rio de la Plata,
a fines del año 1595.
Don García Hurtado de Mendoza, III Marqués de
Cañete y Virrey del Perú, como su padre, le ofrece ocupar la Gobernación vecina. No
era poco honor ni poco reconocimiento pero… ¡qué lejos de lo que podría haber sido si el águila bicéfala del
Escorial hubiese estirado plenamente sus alas! Su nobleza de sangre y de
espíritu, su dedicación y entrega, la capacidad demostrada eran razones
suficientes para darle el rango que le correspondía al descendiente del Cid y de los Reyes de Navarra. Pero la Edad Moderna fue el otoño de la Nobleza. Se la llama “moderna”
por su similitud con la época actual, signada por un igualitarismo estéril. Sin
duda no era igualitario el espíritu grande de Felipe II que, sin perjuicio de
su manifiesta grandeza, cometió errores como tener de Secretario a Antonio
Pérez y nombrar a Abreu y a Lerma desoyendo a Don Francisco de Toledo, que estaba
“in loco”, conocía a las personas y era gran vasallo y gran Virrey.
Una vez más vemos al tesonero Ramírez de Velasco yendo al frente y hacia arriba. No se le oyen
quejas ni recriminaciones. Acepta el cargo y se dispone a trabajar para su
nueva Gobernación. Entre la obra gubernamental cumplida y la nueva por cumplir crece notablemente como estadista.
Sigue escribiéndole al Rey madurando proyectos de mejoras que ayudarán a crecer
a los indios y vecinos. Insiste en la conveniencia de incorporar Cuyo a la jurisdicción del Gobernador
del Tucumán, adelantándose más de un
siglo y medio a los hechos. Espera que las minas del Famatina darán recursos
para un enorme crecimiento demográfico, mejorar la situación y libertades del
indígena y continuar la campaña fundacional hasta el Estrecho.
Al año siguiente
(1596) se dirige nuevamente a Felipe II. No se
ha desanimado ni abandonado sus proyectos. Insiste en la idea de la gobernación
vitalicia solicitando el nombramiento de Adelantado y Marqués, estando
dispuesto a cumplir el requisito de fundaciones requerido por las Ordenanzas de
1573. Fundamenta el pedido adhiriendo al gran objetivo de la Corona de promover la
evangelización de los naturales.
La carta contiene
valiosas precisiones sobre las ciudades del Tucumán y de la población indígena;
la más numerosa es la de La Rioja.
Recomienda la explotación del añil y la cochinilla por ser
tarea liviana, pasible de ser realizada por mujeres, viejos y niños por los que
muestra su innata solicitud. Evoca los ocho años que ha gobernado con el divino favor. Termina manifestando que ha dado
cuenta de lo que en Dios y en conciencia
conviene.
1597
“Amanece el Año Nuevo”, canta
el himno del Tinkunaco, ceremonia
evocativa de la conversión de 9.000 indios de guerra realizada por San
Francisco Solano y su encuentro cristianamente fraternal con los españoles, ampliamente
documentada en su proceso de canonización. Fue en La Rioja, un Jueves Santo, al
año de fundada por nuestro personaje.
El primer día del año 1597, la Argentina fundacional amaneció
para una jornada gloriosa. El Gobernador del Paraguay y Río de la Plata acaba de sancionar Ordenanzas que honran nuestra historia. En su
mayor parte se destinan a la conservación, aumento y evangelización de los
naturales. También contienen disposiciones en pro de la libertad legítima y
fortalecimiento de los vecinos feudatarios y moradores. Sin duda era
coincidente el pensamiento velasquiano con el del antiguo Marqués de Cañete,
don Andrés, para quien los vasallos son los brazos del Reino, del que el Rey es cabeza. Tales miembros deben
ser fuertes, pues en ellos reside la fortaleza de todo el organismo. Así, disponen
las nuevas disposiciones: “…por tanto ordeno y mando que de
aquí en más ninguna junta ni Cabildo desta gobernación
se entremeta a poner posturas a los
vecinos y moradores si no que cada uno
benda libremente
a los mercaderes sus cosechas…”
Las Ordenanzas ponen
el acento en la evangelización del
indígena. Prescriben la construcción de Iglesias
y la erección de grandes cruces,
en los poblados y en las juntas de caminos, el rezo de oraciones a la mañana y
el anochecer, de rodillas y con las manos juntas, los sufragios por los indios
difuntos.
El bien del alma va junto con
el del cuerpo. Se permite al encomendero utilizar la cuarta parte de los indios
en condiciones de trabajar, entre los 15 y los 50 años. Antes de esa edad,
deben ayudar a sus padres; pasados los
50, pasan a la reserva, para que se ocupen sin traba alguna de sus
necesidades espirituales y materiales. Si un indio se enferma, el cacique debe
avisarle al encomendero para que éste le procure atención médica y remedios.
Los indios en edad
laboral deben trabajar cuatro días
por semana, quedándoles libre el domingo y fiestas de guardar para cumplir sus
deberes religiosos. Los otros dos días deben ocuparse en cultivar sus propias
sementeras.
Estas disposiciones
admiran por su bondad y sabiduría, más aún si se las compara con el durísimo
régimen laboral de los Incas. Esto muestra que, a pesar de tantos males que
existieron, de los que muchos nunca dejarán de existir mientras el mundo sea
mundo, la diferencia con la civilización
cristiana es muy grande. Las teocracias andinas y mesoamericanas no se
distinguían por su suavidad ni por los “derechos humanos” ni laborales. La vida
humana no tenía ningún valor, y los hombres vivían en régimen de esclavitud
mecanizada, como dice Vicente Sierra.
Una ordenanza merece
mención aparte: “para que vayan entrando en sociedad”, los días de fiesta debe invitarse a las poblaciones indígenas a
participar con sus instrumentos y danzas típicas, “para que alegren la fiesta”.
No hay trazas de la discriminación que imaginan siempre los antropólogos
indigenistas.
Mandó pregonar las Ordenanzas frente a su
casa, en la Asunción,
“en primero dia del mes de enero año del nacimiento
de nuestro Salvador y redentor Jesu Cristo de mil quinientos nobenta y siete
años”. Estaban presentes
Hernandarias y Ruy Díaz de Guzmán, primer gobernador y primer cronista criollo,
respectivamente.
Estos fueron, comenta
Zenarruza, los hombres que dieron comienzo a nuestro País, injustamente
olvidados. Propone que se les dé el lugar que merecen en la enseñanza de
Historia. Estima que se adelantó tres siglos a las llamadas “conquistas
sociales”. Más bien diríamos que fue un digno imitador de Isabel la Católica, como Toledo y
tantos otros que ilustraron los reinados de Carlos I y Felipe II.
Merced a ellos, agrega el autor jujeño, pudo España conquistar,
poblar y civilizar en sólo 100 años el continente americano.
La pluma más autorizada
de la historia del Tucumán, Roberto Levillier, afirma que fue el primero en
concebir la Argentina
tal cual es hoy. Y, algo más honroso aún, que consolidó en toda forma la sociedad confiada a sus cuidados.
El 2 de febrero, a un mes de promulgar las Ordenanzas, murió en
Santa Fe, luego de poblar tres ciudades
(dos de ellas fueron Estados federales) y traer a conocimiento de Dios
doscientas mil almas.
Dejó esta tierra en
la festividad de la Virgen
de la Candelaria,
de Aquella “Serenísima Reina de los Angeles” Patrona de su Divisa familiar. Sus
restos reposan en Santa Fe la vieja, como diciendo: defendí la Fe
hasta morir. “…Con valor y
cristiandad”, como era uno de sus lemas.
Sañogasta, 21 de abril de 2008.
Revisado 20 de mayo del AD 2019
Cf. Plinio Corrêa de
Oliveira, “Nobleza y
élites tradicionales análogas – en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y la Nobleza romana”, Ed. Fernando III el Santo, Madrid, 1995, tomo
I, parte I..
„...ursprünglich jeder freie Grundbesitzer am
Heeresdienst persönlich teilnehen und sich auf eigene Kosten ausrüsten
muβte...“ (“...originariamente
cada propietario libre debía participar personalmente en el servicio militar y
armarse a su propia costa…”), “KARL DER GROSSE – eine Historie von Rudolph
Wahl”, S. Fischer Verlag, Berlin, 1934, p. 404.
- “…anualmente debían desarrollar la
penosa tarea de irse caminando en número de 8.000 para llevar en
angarillas, por grupos de 20, el tributo de oro para el Inca? Las
circunstancias en que se concretaba el pago de este tributo se desprenden
de la información levantada por el Gobernador Ramírez de Velasco en
Santiago del Estero en 1587-89. De la declaración del Escribano Alonso de
Tula Cerbin, surge que los “Ingas de César” –fuerzas militares del Inca en
nuestro territorio- estaban en la zona de Londres. Ellos cobraban los
tributos de oro y plata sacados a los diaguitas de las minas de Londres y
los mandaban al “Inga del Cuzco”: “...estos Ingas enviaban una parte del
tributo...en noventa andas, que llaman acá anganillas, y cada anganilla
llevaban en hombros veinte o treinta indios y para remuda y su guarda llevaban
cuatro veces tantos indios”. El oro lo llevaban en tejuelos con la marca
del Inca, cada uno de ellos pesaba 62 pesos de oro. Iban marchando con su
carga “por el camino real del Inga”, en número aproximado de 8.000”. Información
tomada de Aníbal Montes, “El Gran Alzamiento Diaguita”, ap. L. Mesquita
Errea, Trabajo de Seminario “Pedro Nicolás de Brizuela: Conquistador,
encomendero, fundador - Protector del indio y gobernante”, Profesorado de
Historia de Chilecito, 2003, p. 30
Cf. Luis Ma. Mesquita
Errea, “Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile” : La sociedad peruano-tucumanense del siglo
XVI en la mirada de fray Reginaldo de Lizárraga, OP, Congreso Los 400 años de la Orden Dominica, Córdoba, 2004.