El carácter revelador y uniforme de la respuesta mundial a las epidemias basada en un nuevo paradigma de seguridad sanitaria
Un aspecto que el análisis del IPCO de hace un año no detectó fue el carácter extremadamente uniforme de la respuesta a la epidemia en toda la zona occidental del mundo. Con la excepción de Suecia, una docena de estados norteamericanos y algunas regiones de Brasil, prácticamente todos los países han tomado las mismas medidas, como si siguieran un script (guión).
Desde el principio del milenio hubo de hecho un cambio de paradigma en materia de bioseguridad, analizado en 2013 por Patrick Zylberman, Profesor emérito de la Escuela de Altos Estudios de Salud Pública de Paris, en su libro Tempêtes microbiennes – Essai sur la politique de sécurité sanitaire dans le monde transatlantique (Tormentas microbianas – Ensayo sobre la política de seguridad sanitaria en el mundo transatlántico).
Si el concepto tradicional de «prevención» de las calamidades públicas calculaba las posibilidades reales de una amenaza a partir de datos confiables de epidemias anteriores, un nuevo concepto -conocido como preparedness– optó por imaginar escenarios ficticios de baja probabilidad pero con consecuencias potencialmente catastróficas, exigiendo a la población un civismo superlativo. Basado en la «lógica de lo peor» como criterio de racionalidad, este nuevo concepto favoreció, en opinión del profesor Zylberman, «un vertiginoso resbalón hacia la ficción (cifras exageradas, analogías infundadas, etc.)» (25).
Hay muchas evidencias de un «trasbordo ideológico» -empleando el término acuñado por el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira (26)- de los ambientes académicos y de las autoridades públicas dedicadas a la seguridad sanitaria, que les hace pasar de la prevención a la preparedness. Es decir, pasar de procedimientos de probada eficacia, basados en una evaluación realista del riesgo, a medidas extremas, de efectos desconocidos, ante escenarios catastróficos, cuya probabilidad no está confirmada por los datos concretos disponibles.
En 1999, con dinero de la Fundación Sloanes (que lleva el nombre del antiguo Presidente de la General Motors), la Universidad Johns Hopkins fundó el Centro de Estudios de Biodefensa Civil. Ese mismo año, el Centro organizó un simposio en Arlington, Virginia, con cientos de participantes y representantes de 10 países, para abordar la salud pública y el bioterrorismo (27).
Por primera vez, este evento incluyó ejercicios de simulación -al estilo de los war games militares- de una epidemia de viruela, con la esperanza de establecer asociaciones y una estructura de planificación estratégica global (28). Al año siguiente se celebró un acto similar, esta vez simulando una plaga. Con el paso del tiempo, el aspecto militar dio prioridad a las enfermedades infecciosas emergentes.
Es sintomático que la conocida Universidad de Baltimore haya rebautizado su centro especializado como «Centro Johns Hopkins para la Seguridad Sanitaria», eliminando la referencia al bioterrorismo. Sin embargo, mantuvo intacta la nueva doctrina de preparedness, de origen militar (29).
Este nuevo paradigma infiltró sus postulados entre los científicos y las autoridades de salud pública a través de la organización de nuevos y frecuentes ejercicios de simulación, con la financiación, el apoyo logístico y la orientación científica de diversas instituciones públicas y privadas.
Un artículo de la respetada revista científica Nature, de agosto del año pasado, daba detalles de algunos de estos acontecimientos. El artículo, escrito principalmente por Amy Maxen, reportera senior de la revista, revela que:
+ «La Operación Dark Winter, en 2001 y la Atlantic Storm, en 2005, fueron orquestadas por think tanks sobre bioseguridad en Estados Unidos, y en ellas participaron líderes influyentes como la ex Directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS) Gro Harlem Brundtland y Madeleine Albright, Secretaria de Estado del ex presidente Bill Clinton.»
+ «En enero de 2017, el Banco Mundial y la Fundación Bill & Melinda Gates en Seattle, Washington, apoyaron un simulacro de pandemia en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza. […] El simulacro coincidió con el lanzamiento de una fundación con sede en Oslo, para desarrollar y distribuir vacunas para infecciones emergentes, llamada Coalition for Epidemic Preparedness Innovations (Coalición para las Innovaciones de Preparación para Epidemias – CEPI). Ha recibido financiación de la Fundación Gates, la organización benéfica biomédica Wellcome Trust, del Reino Unido, y de países como Japón y Alemania».
+ «En mayo de 2018, junto con los líderes de la Casa Blanca y el Congreso [de los Estados Unidos] que nunca habían lidiado con una gran epidemia, [el doctor Thomas] Inglesby y sus colegas de la Universidad Johns Hopkins realizaron un ejercicio en Washington DC llamado Clade X. Simulaba un virus respiratorio desarrollado en un laboratorio. Una de las primeras lecciones de ese simulacro fue que la prohibición de viajar no impidió que el virus ganara terreno. Las infecciones se propagaban rápidamente por debajo del radar porque la mitad de las personas infectadas tenían pocos o ningún síntoma.»
+ «En un ejercicio realizado por el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) de Estados Unidos el año pasado [2019], apodado Crimson Contagion (Contagio Carmesí), los turistas regresaban de China con un nuevo virus de la gripe que se propagó en Chicago, Illinois, e infectó a 110 millones de estadounidenses (el ejercicio asumió que el patógeno era más contagioso que el SARS-CoV-2).»
+ Un «escenario ficticio, bautizado como Event 201, se desarrolló el pasado octubre [2019] en un centro de conferencias de la ciudad de Nueva York ante un panel de académicos, funcionarios gubernamentales y líderes empresariales. Los asistentes se estremecieron: era lo que quería Ryan Morhard. Experto en bioseguridad del Foro Económico Mundial de Ginebra (Suiza), Morhard temía que los líderes mundiales no se tomaran la amenaza de una pandemia con la suficiente seriedad. […] Casi al final del Event 201 […] los participantes vieron un simulacro de noticiero en el que se predecía que las turbulencias financieras durarían años, o incluso una década. Pero los impactos sociales -incluida la pérdida de confianza en el gobierno y los medios de comunicación- podrían durar aún más tiempo»(30).
En un podcast cuya transcripción puede leerse en la web de Nature, la periodista científica Amy Maxen, autora principal del artículo, aporta otros datos interesantes, como el hecho de que «este campo de la bioseguridad es muy pequeño»: a la hora de preparar el informe, «mucha gente mencionó a las mismas personas con las que yo debía hablar». Según la periodista, este pequeño círculo está a su vez influenciado por otro aún más pequeño: «La gente que está detrás de esto, esta gente de la bioseguridad que está detrás de esto, estaba como dirigida por el Centro Johns Hopkins para la Seguridad Sanitaria y el Foro Económico Mundial y la Fundación Gates» (31).
La influencia de este pequeño círculo de expertos y sus patrocinadores no tardó en hacerse notar incluso en los más altos niveles internacionales.
El 4 de mayo de 2009, la Organización Mundial de la Salud publicó un reglamento titulado «Preparedness y respuesta ante una pandemia de gripe: documento de orientación de la OMS» (32) que modificó su definición de pandemia eliminando la condición de que el brote vírico cause «un número considerable de casos y muertes», y afirmando que, en lugar de la postura anterior, «la intensidad de una pandemia puede ser moderada o grave en términos de casos y muertes». La OMS realizó este cambio unos días antes de declarar la pandemia de «gripe porcina» (H1N1), lo que obligó a los gobiernos a tomar una serie de medidas preventivas muy costosas (incluida la adquisición de un enorme stock de mascarillas y vacunas), que luego resultaron totalmente inútiles debido al carácter moderado de la epidemia.
Tal fue el escándalo que se propuso a la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa un proyecto de resolución sobre las «falsas pandemias». Tras estudiar el caso, el ponente del proyecto de resolución, el diputado laborista británico Paul Flynn, se declaró «alarmado por algunas de las medidas excesivas adoptadas en respuesta a lo que resultó ser una gripe de gravedad moderada, por la falta de transparencia de los procesos de toma de decisiones implicados y por el posible abuso de influencia de la industria farmacéutica en algunas decisiones importantes». El ponente también se mostró «preocupado por la forma en que las autoridades públicas hicieron las comunicaciones sobre temas sensibles, que luego fueron retransmitidas por los medios de comunicación europeos, alimentando los temores de la población y no siempre permitiendo que la situación se vea con objetividad» (33) .
Confirmando las fundadas preocupaciones del ponente, el 24 de junio de 2010 se adoptó la resolución 1749/2010 titulada «Gestión de la pandemia de gripe H1N1: necesidad de mayor transparencia». En ella, la Asamblea Parlamentaria se declara «alarmada por la forma en que se ha gestionado la gripe pandémica H1N1» por parte de la OMS y las autoridades sanitarias de la Unión Europea y de los distintos países. Y «señala una grave falta de transparencia en la toma de decisiones relacionadas con la pandemia, lo que hace temer la influencia que la industria farmacéutica puede haber ejercido sobre algunas de las decisiones más importantes relacionadas con la pandemia»(34) .
A pesar de este precedente poco glorioso, diez años después, poco después de la aparición del Sars-Cov-2 y de los primeros casos de Covid-19, la OMS y sectores influyentes de la comunidad científica presionaron para que los gobiernos adoptaran medidas estrictas según la «lógica de lo peor” contenida en el nuevo script (guión) de seguridad sanitaria aprendido en las sesiones de simulación organizadas por el Centro Johns Hopkins para la Seguridad Sanitaria y sus patrocinadores.
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